martes, 14 de junio de 2016

CADA DÍA SU AFÁN 18 de junio de 2016

VESTIR AL DESNUDO

1.  Entre las necesidades más importantes del ser humano, como las referidas al alimento, y la bebida, el listado tradicional de las obras de misericordia, incluye también la necesidad del vestido.
Todos nacimos desnudos. Nuestra desnudez inicial es una señal de nuestro desvalimiento.  Pero nuestra desnudez no se prolongó demasiado. Apenas nacemos, la familia y aun los parientes y amigos nos regalan vestidos delicados para cubrirnos.
Sin embargo, la desnudez es también la metáfora del despojo de una persona por parte de la sociedad. Desnudar a un ser humano contribuye a hacerle sentir su indigencia y su total indefensión.

2. Para la enseñanza bíblica el vestido es muy importante.  A pesar del pecado, Dios proporciona vestidos a Adán y Eva. La compasión de Dios hacia Israel se refleja en el acto de cubrir la desnudez de la criatura encontrada en el desierto (Ez 16,8). Vestir al desnudo  manifiesta el interés por practicar la justicia con los pobres. También en eso consiste el ayuno agradable al Señor (Is 58, 7).
Juan Bautista exige a los que tienen dos túnicas  que se decidan a repartirlas  con el que no tiene con qué vestirse (cf. Lc 3, 11).  Jesús hace notar que ni el rey Salomón, con toda su gloria, pudo vestirse con la belleza de los lirios (cf. Lc 12, 27-28).  En una parábola impresionante, subraya el Maestro la diferencia entre los espléndidos vestidos del rico y la desnudez del pobre Lázaro  (Lc 16,19-20).  
Finalmente, en la noche de su prendimiento, los criados visten a Jesús con un paño rojo, con el que se burlan de su pretendida realeza (Mc 15,17).  Y en el Calvario, los soldados se reparten sus vestiduras.  La desnudez final de Jesús le convierte en la imagen de todos los despojados de la tierra.

3. Esta obra de misericordia puede referirse al vestido y también a la casa, a la asistencia médico-sanitaria, a las materias primas de la región y al derecho de pesca. Nos recuerda la obligación de compartir los bienes necesarios no sólo para la subsistencia física, sino también  para  la afirmación y la defensa de la dignidad de la existencia.
Pero aún hay más. Siempre ha habido personas que han tenido que sufrir la desnudez de la calumnia. Una sospecha ha bastado para someterlas a un juicio público de condena.
En otros tiempos, las habladurías surgían en el circulo de los vecinos.  Después esa lacra fue asumida por algunos medios de comunicación. Más recientemente, el anonimato de los mensajes telefónicos y las redes sociales puede destruir en pocos minutos la credibilidad de una persona. Es posible desnudarla totalmente de su prestigio. Ese despojo es un pecado contra la verdad.  
Las palabras del Rey en el juicio final adquieren hoy una gravedad impensada en otros tiempos: “Estuve desnudo y no me vestisteis” (Mt 25,43).
                                                                                         José-Román Flecha Andrés