VESTIR AL DESNUDO
1. Entre las necesidades más importantes del ser
humano, como las referidas al alimento, y la bebida, el listado tradicional de
las obras de misericordia, incluye también la necesidad del vestido.
Todos nacimos
desnudos. Nuestra desnudez inicial es una señal de nuestro desvalimiento. Pero nuestra desnudez no se prolongó
demasiado. Apenas nacemos, la familia y aun los parientes y amigos nos regalan
vestidos delicados para cubrirnos.
Sin embargo, la
desnudez es también la metáfora del despojo de una persona por parte de la
sociedad. Desnudar a un ser humano contribuye a hacerle sentir su indigencia y
su total indefensión.
2. Para la enseñanza
bíblica el vestido es muy importante. A
pesar del pecado, Dios proporciona vestidos a Adán y Eva. La compasión de Dios
hacia Israel se refleja en el acto de cubrir la desnudez de la criatura
encontrada en el desierto (Ez 16,8). Vestir al desnudo manifiesta el interés por practicar la
justicia con los pobres. También en eso consiste el ayuno agradable al Señor
(Is 58, 7).
Juan Bautista
exige a los que tienen dos túnicas que
se decidan a repartirlas con el que no
tiene con qué vestirse (cf. Lc 3, 11).
Jesús hace notar que ni el rey Salomón, con toda su gloria, pudo
vestirse con la belleza de los lirios (cf. Lc 12, 27-28). En una parábola impresionante, subraya el
Maestro la diferencia entre los espléndidos vestidos del rico y la desnudez del
pobre Lázaro (Lc 16,19-20).
Finalmente, en
la noche de su prendimiento, los criados visten a Jesús con un paño rojo, con
el que se burlan de su pretendida realeza (Mc 15,17). Y en el Calvario, los soldados se reparten sus
vestiduras. La desnudez final de Jesús
le convierte en la imagen de todos los despojados de la tierra.
3. Esta obra de
misericordia puede referirse al vestido y también a la casa, a la asistencia
médico-sanitaria, a las materias primas de la región y al derecho de pesca. Nos
recuerda la obligación de compartir los bienes necesarios no sólo para la
subsistencia física, sino también
para la afirmación y la defensa
de la dignidad de la existencia.
Pero aún hay
más. Siempre ha habido personas que han tenido que sufrir la desnudez de la
calumnia. Una sospecha ha bastado para someterlas a un juicio público de
condena.
En otros
tiempos, las habladurías surgían en el circulo de los vecinos. Después esa lacra fue asumida por algunos
medios de comunicación. Más recientemente, el anonimato de los mensajes telefónicos
y las redes sociales puede destruir en pocos minutos la credibilidad de una
persona. Es posible desnudarla totalmente de su prestigio. Ese despojo es un
pecado contra la verdad.
Las palabras del
Rey en el juicio final adquieren hoy una gravedad impensada en otros tiempos:
“Estuve desnudo y no me vestisteis” (Mt 25,43).
José-Román Flecha Andrés