EL
MANDAMIENTO Y LA TRADICIÓN
“Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo
os mando cumplir… No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada. Así
cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy” El texto del Deuteronomío que hoy se lee en
la celebración de la Eucristía pone estas palabras en los labios del mismo Dios
(Dt 4, 1-2.6-8).
A continuación se añade algo muy importante. Estos
mandamientos son fuente y prueba de sabiduría y de inteligencia. Para la
mentalidad de hoy, los mandamientos son imposiciones venidas de fuera de la
persona. Se piensa que no garantizan la dignidad del ser humano ni respetan su
derecho a la libertad. Así que transgredir los mandamientos sería casi un deber
moral.
Esta conclusión puede sonar a blasfemia, pero así
piensan muchos vecinos nuestros. Y así actúan. Creen que guardar los
mandamientos los esclaviza. Claro que a veces son los demás los que se saltan
los mandamientos, y esa transgresión les causa daños y perjuicios. Entonces estos
enamorados de la libertad ponen el grito en el cielo… y nunca mejor dicho.
HASTA EL CODO
A los mandamientos se refiere también
Jesús en el evangelio de este domingo (Mc 7, 1-23). El motivo es una pregunta
de los fariseos y algunos escribas de Jerusalén: “¿Por qué comen tus discípulos
con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?”
Decían verdad, porque lo que estaba en
juego no era un mandato de la Ley de Moisés sino una tradición oral que había
ido exagerándose con el tiempo. El evangelio de Marcos incluye una nota para explicar
la costumbre de los fariseos y los judíos de lavarse las manos “hasta el codo” (cf. Mc 7, 3-4).
A aquella interpelación de los escribes
y fariseos, Jesús responde con acritud: “Dejáis a un lado el mandamiento de
Dios para aferraros a las tradiciones de los hombres”. Era evidente que los
acusadores habían falsificado la verdadera escala de valores. Los presuntos
defensores de la Ley divina, la olvidaban al conceder una importancia superior
a una tradición humana.
Para apoyar su veredicto, Jesús retoma un oráculo del mismo Dios,
transmitido por el profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero
su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina
que enseñan son preceptos humanos”.
FUERA Y DENTRO
Pero Jesús no es solo un acusador de la
hipocresía humana. Es, sobre todo, un buen maestro. Por eso, aproveha esta
ocasión para enseñar algo a toda la gente:
• “Nada que entre de fuera puede hacer
al hombre impuro”. Efectivamente, la conciencia humana es un sagrario inviolable.
Nada ni nadie puede violentarla, si nosotros no consentimos en acoger el asalto
que viene de fuera. Si está guiada por la palabra de Dios y fortalecida por la
oración, podrá superar toda tentación.
• “Lo que sale de dentro es lo que hace
impuro al hombre”. Lo que de verdad puede mancharnos es la decisión de dejarnos
arrastrar por nuestros instintos, malos deseos y malos propósitos. Jesús nos
presenta toda una gavilla de los malos frutos de esas malas hierbas. Amplia
materia para un examen de nuestra conciencia.
- Señor
Jesús, queremos mantenernos fieles a la voluntad de Dios, como lo pedimos en el
Padre nuestro. Que nadie nos empuje a olvidar los mandamientos y a sustituirlos
por lemas y proyectos dudosos. Que tu luz nos guíe siempre por el camino del
bien. Amén.
José-Román
Flecha Andrés