sábado, 29 de agosto de 2015

REFLEXIÓN-DOMINGO 22º del TIEMPO ORDINARIO. B. 30 de agosto de 2015


EL MANDAMIENTO Y LA TRADICIÓN

“Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir… No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada. Así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy”  El texto del Deuteronomío que hoy se lee en la celebración de la Eucristía pone estas palabras en los labios del mismo Dios (Dt 4, 1-2.6-8).
A continuación se añade algo muy importante. Estos mandamientos son fuente y prueba de sabiduría y de inteligencia. Para la mentalidad de hoy, los mandamientos son imposiciones venidas de fuera de la persona. Se piensa que no garantizan la dignidad del ser humano ni respetan su derecho a la libertad. Así que transgredir los mandamientos sería casi un deber moral.
Esta conclusión puede sonar a blasfemia, pero así piensan muchos vecinos nuestros. Y así actúan. Creen que guardar los mandamientos los esclaviza. Claro que a veces son los demás los que se saltan los mandamientos, y esa transgresión les causa daños y perjuicios. Entonces estos enamorados de la libertad ponen el grito en el cielo… y nunca mejor dicho.  

HASTA EL CODO

A los mandamientos se refiere también Jesús en el evangelio de este domingo (Mc 7, 1-23). El motivo es una pregunta de los fariseos y algunos escribas de Jerusalén: “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?”
Decían verdad, porque lo que estaba en juego no era un mandato de la Ley de Moisés sino una tradición oral que había ido exagerándose con el tiempo. El evangelio de Marcos incluye una nota para explicar la costumbre de los fariseos y los judíos de lavarse las manos “hasta el codo”  (cf. Mc 7, 3-4).
A aquella interpelación de los escribes y fariseos, Jesús responde con acritud: “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a las tradiciones de los hombres”. Era evidente que los acusadores habían falsificado la verdadera escala de valores. Los presuntos defensores de la Ley divina, la olvidaban al conceder una importancia superior a una tradición humana.
  Para apoyar su veredicto, Jesús retoma un oráculo del mismo Dios, transmitido por el profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.

FUERA Y DENTRO

Pero Jesús no es solo un acusador de la hipocresía humana. Es, sobre todo, un buen maestro. Por eso, aproveha esta ocasión para enseñar algo a toda la gente:
• “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro”. Efectivamente, la conciencia humana es un sagrario inviolable. Nada ni nadie puede violentarla, si nosotros no consentimos en acoger el asalto que viene de fuera. Si está guiada por la palabra de Dios y fortalecida por la oración, podrá superar toda tentación.
• “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Lo que de verdad puede mancharnos es la decisión de dejarnos arrastrar por nuestros instintos, malos deseos y malos propósitos. Jesús nos presenta toda una gavilla de los malos frutos de esas malas hierbas. Amplia materia para un examen de nuestra conciencia.
-  Señor Jesús, queremos mantenernos fieles a la voluntad de Dios, como lo pedimos en el Padre nuestro. Que nadie nos empuje a olvidar los mandamientos y a sustituirlos por lemas y proyectos dudosos. Que tu luz nos guíe siempre por el camino del bien. Amén.
                                                                             José-Román Flecha Andrés