EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
En su encíclica “Laudato si”, sobre el
respeto a la casa común, el Papa Francisco dedica el capìtulo segundo a comentar
los textos bíblicos que se refieren a la creación. Muchos se preguntarán por
qué hablar de fe en un documento sobre la ecología. Pero la fe puede ofrecer
una luz sobre este tema. Por ser humanos hemos de cuidar el ambiente del que
formamos parte. Por ser cristianos tenemos un deber con la creación y con el
Creador.
Vivimos en relación con Dios, con el
prójimo y con la tierra. Y cada una de esas relaciones influye sobre las otras
dos y sobre nosotros mismos. Ahí radica la posibilidad de nuestra armonía. En
esa triple relación es deseable que vivamos como señores, como hermanos y como
hijos.
Recordando las palabras del Dios
Creador, explica el Papa que “Dominar la
tierra” no significa destruirla a nuestro antojo y por nuestro interés, sino
que nos exige labrarla y cuidarla. Es más, la misma Biblia pedía a los hebreos
que durante la celebración del sábado, dejaran descansar también a su asno y a su
buey, y les mandaba respetar los nidos de las aves, los huevecillos y los
pichones.
Un profundo sentido ecológico tiene
también la institucion del año sabático judío, en el que también la tierra ha
de guardar un descanso. Por otra parte, algunos salmos inspiran la oración del
piadoso israelita, de forma que pueda alabar al Dios Creador por la belleza y
magnificencia de su creación.
En consecuencia, se puede decir que en
la espiritualidad judía y cristiana, la creación es algo más que naturaleza, puesto
que se inscribe en el orden del amor. Además, no se puede olvidar que esta fe
tuvo el valor de desmitificar a la naturaleza. Al verla como obra de Dios, impidió
adorar a los fenómenos naturales como si fueran dioses. Si no había que
divinizarlos, se podía actuar sobre ellos. Aunque parezca extraño, gracias a
esa fe, se hizo posible el progreso humano. A cambio, hoy habría que
desmitificar también el progreso meramente material, para que no esperemos de
él la salvación.
Ese proceso nos llevará a redescubrir al
ser humano como sujeto del progreso y no solamente como un objeto o una pieza
de la máquina. De forma un tanto semejante, hemos de dejar de considerar a los
demás seres vivos como meros objetos. Es más, podremos descubrir que todo el
universo es un lenguaje del amor de Dios y nos muestra la inagotable riqueza de
Dios.
En consecuencia, se nos impone en nuestros
días un doble mandamiento: no desertizar el suelo ni divinizar la tierra. Y una
afirmación importante: “El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de
toda la humanidad y responsabilidad de todos”.
Los cristianos sabemos que “Jesús vivía en armonía plena con la
creacion y los demás se asombraban”, al verlo dominar al mar y la tormenta.
Nuestra fe nos lleva a confesar que “El
destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo” (LS 99).
José-Román
Flecha Andrés.