IGNORADO Y RECHAZADO
En las vísperas de la celebración de la Semana
Santa, son muchos los que se preguntan por qué fue condenado a muerte Jesús de
Nazaret. Es interesante recordar lo que el Beato Pablo VI decía el 4 de abril
de 1965, en la iglesia romana de Nuestra Señora de Guadalupe. Era el primer
domingo de Pasión y el Papa ponía en boca de Jesús estas preguntas: “¿Quién de
vosotros puede acusarme de pecado? ¿Qué es lo que me podéis achacar o reprobar?
¿Qué he hecho yo jamás para veros a todos hostiles? Es porque no escucháis la
palabra de verdad.”
Puede parecer cruel este
juicio. Pero seguramente es acertado. No es fácil explicar de otra manera que
Jesús, el Hijo de Dios venido al mundo para salvar al mundo, no haya sido
reconocido ni aceptado, sino por el contrario, odiado hasta la muerte. Pero
tampoco es fácil explicar que este hecho se repita a lo largo de los siglos.
Pablo VI se preguntaba por
qué el Señor encuentra también hoy tantos enemigos: “Qué ha hecho Él a la
humanidad para que tanta gente se vuelva contra Él, hasta el punto de que
algunos crean hacer bien lanzándose
contra el cristianismo, que ha difundido tesoros de justicia y paz, liberación
y santidad; dones admirables que Jesús trajo consigo?”
Se dice a veces que el
mensaje es aceptable, pero los mensajeros no merecen confianza. El Concilio
Vaticano II diría pocos meses más tarde que “en los orígenes del ateísmo pueden
tener una gran parte los propios creyentes, si, con el descuido de la educación
religiosa, con la exposición inadecuada de la doctrina, o con los defectos de
su vida religiosa, moral y social, han velado más que revelado el verdadero
rostro de Dios y de la religión” (GS 19).
En el pasado muchos repetían
una y otra vez una especie de consigna: “Cristo, sí; la Iglesia no”. Hasta
citaban en su favor un pensamiento atribuido a Gandhi. Pero hoy el panorama es
más complejo. Son muchos los que, de una forma o de otra, parecen dispuestos a
proclamar: “Iglesia no; Cristo tampoco”.
¿A qué se debe ese rechazo?
Pablo VI buscaba la explicación en una de las frases que Jesús pronunció desde
la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Y añadía: “No
saben… La misma cosa se repite. En el drama del cristianismo, en el mismo drama
de Cristo, que suscita enemistad, oposición y hostilidad en el mundo, se
encuentra un fenómeno de ignorancia y desconocimiento. No saben lo que hacen
aquellos que no quieren acoger y recibir a Cristo y se rebelan contra Él”.
Pablo VI no pretendía acusar
a los incrédulos o a los ateos. De hecho, inmediatamente se dirigía a los
fieles católicos, para exhortarlos a escuchar la voz del Señor. Sus
palabras preludian las de Juan Pablo II:
“No temáis a Cristo. No tengáis miedo de Él. No os resistáis a conocerle.
Sentid el grande, el dulce deber de estudiarlo y dar acogida a sus preceptos”.
Quien lo ha aceptado con fe, no debe ignorar a su Señor y Salvador.
José-Román
Flecha Andrés