VENID Y ADOREMOS
Las
reflexiones de Pablo VI sobre el nacimiento de Cristo son abundantes. Y muy
bellas. En este año de la beatificación de Pablo VI, parece oportuno reproducir
los párrafos más bellos de su llamada a celebrar la Navidad:
“Al
comentar el misterio del Nacimiento de Cristo…nos parece que debemos dirigiros
una invitación, casi una llamada, un grito: ¡Venid! ¡Venid porque se os espera!
¡Venid, que se os conoce! ¡Venid, porque algo estupendamente bueno está
preparado para vosotros! ¡Venid!
Repetiremos,
pues, el celeste mensaje del Ángel en la noche reveladora de Belén: “¡Os
anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en
la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo Señor!” (Lc 2, 10-11). Por eso, adeste fideles! ¡Acercaos, oh fieles, os
diremos con el canto pastoril del pesebre…
Nuestra
invitación se extiende y quiere llegar a todos los hombres, en primer lugar a
aquellos que piensan y buscan... Y
después a aquellos que trabajan y sufren... ¡Venid! ¡Es la invitación de
Cristo! ¡Es la invitación de la paz! ¡Cristo es la paz! ¿Comprenderá el mundo
algún día la profunda y única relación que compone este binomio: Cristo y la
paz? …
Hombres
sabios y hombres poderosos; hombres jóvenes y hombres que sufrís! Venid al
Nacimiento de Cristo; venid y buscad; buscad y encontrad en el Evangelio, en la
buena nueva anunciada por el Nacimiento, esa humanidad que es indispensable a
la prosperidad y a la paz. Es decir, la
ciencia del hombre, el conocimiento de su verdadera naturaleza y su destino: la
ley para el hombre, que, sobre todas las otras leyes, debe gobernar toda
conciencia y toda comunidad, la ley del amor, es decir, la hermandad, la
solidaridad, la colaboración, la paz... ¡Venid!
¡Venid todos!”
El
día 8 de diciembre de 1965, al clausurar el Concilio Vaticano II, Pablo VI se
dirigió a toda la humanidad. También a los “hombres que no nos conocen, que no
nos comprenden, que no nos consideran útiles, necesarios o amigos, e incluso a
los que están contra nosotros, tal vez pensando hacer el bien”. A todos
saludaba el Papa con esperanza y amor.
Aquel
mismo año, su mensaje de Navidad reflejaba bien el espíritu del Concilio y el
alma de Pablo VI. Su fe en Cristo era tan fuerte y tan profundamente vivida que
deseaba comunicarla a todos los hombres. También a los fieles de otras
religiones. Deseaba invitarles a todos a beber de esa fuente que da vida y
esperanza.
El
Concilio preanunciaba la Navidad. Y el mensaje de la Navidad se hacía eco de la
experiencia de Dios que había sido y ha de ser siempre el Concilio.
A
lo largo de su pontificado, Pablo VI invitó al mundo una y otra vez a construir
la civilización del amor y de la paz predicada por Cristo. Se puede decir que
ese era su sueño más profundo y el verdadero núcleo de todos sus mensajes.
José-Román
Flecha Andrés