domingo, 27 de julio de 2014

QUÉ DICE LA BIBLIA SOBRE…

                           
                            LOS CARISMAS

Hoy la palabra “carisma” se ha trivializado de tal forma que ha perdido su significado original. Su etimología griega (járisma) la aproxima a la palabra járis, que significa gracia.  Los carismas son, por tanto, los dones que Dios ha concedido a los creyentes para el bien y la edificación de toda la comunidad.
En una sociedad secularizada, hay muchas personas que no se sienten deudoras  de Dios. Presumen de “haberse hecho a sí mismas”. Piensan que sus cualidades se deben a su propio esfuerzo. Y, por tanto, han de redundar en su propio beneficio. No se dan cuenta de que esa altanería autosuficiente es un error antropológico. Desconocen su honda verdad que consiste precisamente en la disponibilidad y en el servicio amoroso a los demás. 

EL ESPIRITU Y EL REINO

Ya en la historia de Israel se puede descubrir la riqueza de carismas o dones extraordinarios que Dios concede a las personas. Dios otorgó a Moisés el don de hacer prodigios (Ex 4, 1-9) y a Aarón el don de la elocuencia (Ex 4, 14), mientras que a su hermana María la hizo profetisa (Ex 15, 20).
Si Balaam recibió el don de la profecía (Num 22-24), Débora unía a éste el carisma del liderazgo (Jue 4, 4-10). Dios concedió a Salomón el discernimiento para saber juzgar (1 Re 3,11) y a Miqueas, hijo de Yimlá, le dio la clarividencia profética para predecir el futuro (1 Re 22, 24-28).
El profeta Isaías atribuye al Espíritu de Dios los dones que adornarán al Mesías (Is 11,2), mientras que Ezequiel le atribuye el don del corazón nuevo, atento a los mandamientos de Dios (Ez 36, 26-27). Por su parte,  el profeta Joel anuncia la efusión universal de los dones del Espíritu (Jl 3, 1-2).
 En Jesús de Nazaret los carismas del Espíritu se perciben como señales de su mesianismo. Por ellos se puede descubrir que él es “quien había de venir” (cf. Mt 11,3-6). Entre todos ellos sobresale el don de expulsar demonios. Jesús se presenta como el exorcista escatológico: “Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (Mt 12,28). La verdad ha vencido al error y la luz a las tinieblas.

LAS SEÑALES DEL REINO

El evangelio de Marcos pone en boca del Señor resucitado el anuncio de la distribución de varios dones y carismas entre sus discípulos: “Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Mc 16, 17-18).
Evidentemente, la presencia de Jesús ha de hacerse visible en la comunidad de sus seguidores. Y los dones que les serán concedidos darán testimonio por ellos de la verdad del mensaje que les ha sido confiado y de la vida nueva a la que han sido llamados.
Si los dones y carismas vienen de Dios, se manifiestan en personas humanas, excesivamente humanas a veces.  Así ocurre en la ciudad de Corinto. Allí los cristianos muy pronto formaron grupos rivales que se gloriaban de pertenecer a diversos evangelizadores, cuyo prestigio ponderaban y anteponían al de los demás. Algunos se remitían al Apóstol diciendo:  “Yo soy de Pablo”. Otros replicaban: “Yo soy de Apolo”. Algunos otros se afiliaban a Pedro, diciendo: “Yo soy de Cefas”. Como tratando de superar a todos, no faltaba quien proclamaba: “Yo soy de Cristo”. A todos ellos les preguntaría el Apóstol:  “¿Esta dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?  (cf. 1 Cor 1, 11-16).
Tales divisiones indicaban que los nuevos bautizados no habían superado el nivel de la “carne”. No vivían de acuerdo con el “espíritu” del que creían estar llenos.  De hecho, los nuevos hermanos presumían de un vacío espiritualismo y de una presunción típica de neófitos.
Nada puede llevar a los cristianos a creerse superiores los unos a los otros. Por eso Pablo añadía:  “Cuando dice uno “Yo soy de Pablo”, y otro “Yo soy de Apolo”, ¿no procedéis al modo humano? ¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo? ¡Servidores, por medio de los cuales habéis creído!, y cada uno según lo que el Señor le dio” (1 Cor 3, 4-5). Las comunidades son, en cierto modo, el campo de Dios, llamado a producir frutos que no tienen otro fin que el mismo Dios. Pablo se identifica a sí mismo con el que planta, y reconoce que Apolo ha regado las semillas plantadas. Pero sólo a  Dios se ha de atribuir el incremento de la cosecha.   “Ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1 Cor 3, 7).

LOS CARISMAS Y EL AMOR

Si consideran la asombrosa transformación que el Espíritu ha obrado en ellos, los hermanos de Corinto no tendrán razón alguna para asumir esos aires de  autosuficiencia: “Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro:  ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios.(1 Cor 3, 21-23).
El mayor de los problemas que afectaban a los cristianos de Corinto era el de la comprensión y el ejercicio del amor. Les resultaba difícil aceptar que el bautismo había hecho de ellos una comunidad. Una y otra vez brotaba el individualismo que los identificaba desde los viejos tiempos de su paganía. Las divisiones y disensiones eran su pan de cada día. De hecho se mostraban individualistas hasta en el momento de celebrar el encuentro sagrado en que hacían memoria de la entrega y la muerte del Señor (cf. 1 Cor 11, 20-22).
El individualismo se manifestaba también en una ridícula discusión sobre la preeminencia de los dones y carismas  que el Espíritu otorgaba a unos y otros. Había en la comunidad hermanos que habían sido dotados del don de predicación. En otros se mostraba el don de profecía. Algunos hablaban en lenguas y otros eran muy buenos intérpretes de los mensajes que éstos parecían balbucir. La competencia por los carismas extraordinarios llevaban a algunos fieles a menospreciar a los otros. Pablo hubo de recordarles que la comunidad puede compararse con el cuerpo. Y en el cuerpo ningún órgano es más noble o importante que otro. Todos se necesitan y se complementan mutuamente (1 Cor 12).
La situación ofrece a Pablo ocasión para subrayar la supremacía del amor sobre todos los actuales o posibles carismas. Según un himno que hace suyo, Pablo canta al amor humano como el más alto de los carismas (1 Co 13,1-7). Este amor es el resumen de la Ley de Dios (Rom 13,8-10; Ga 5,14; Flp 2,2-3; Ef 1,15) y da el verdadero sentido moral a la vida del creyente (Flp 1,9-11). El amor entre los hermanos refleja y evidencia la misma caridad con que Dios ama a los hombres.
Ahora bien, la caridad no puede quedar reducida a simples palabras, sino que demuestra su sinceridad en las obras concretas y generosas realizadas en favor de los hermanos. Buen ejemplo es la colecta organizada por Pablo para enviar algunos recursos a la comunidad madre de Jerusalén (cf. 2 Co 8,8-24). Como escribe en otras cartas, también en esta ocasión, el modelo y la causa que invoca ante los fieles no es otra que la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que se ha entregado totalmente. Su ejemplo orienta y dignifica la entrega humana de todos los que se aman y el juicio sobre todos los dones y carismas.
José-Román Flecha Andrés
    Publicados en la revista "EVANGELIO Y VIDA".