sábado, 12 de julio de 2014

QUE DICE LA BIBLIA SOBRE…

        
LA ACCIÓN DE GRACIAS

En un mundo en el que todos nos sentimos con derecho a todo, es difícil encontrar personas agradecidas. La gratitud brota espontánea del corazón de quien no se siente merecedor de los favores que recibe. Cuando la persona alardea de haberse hecho a sí misma sin ayuda de nadie no podrá ser agradecida. Al máximo dará gracias de forma rutinaria cuando le cedan el paso o le sirvan a la mesa.
Si esto ocurre en el plano de las relaciones humanas, puede también encontrarse en el ámbito religioso. Nuestros mayores pronunciaban con frecuencia la expresión “Gracias a Dios”. No la repetirá conscientemente quien no cree en Dios o quien piensa que Dios ha de estar agradecido a sus fieles. Son muchos los que piensan que al creer le están haciendo un favor a Dios.
Pero la fe, la esperanza y el amor son dones gratuitos. Por eso han de ser agradecidos. Como la vida misma.

1. Las maravillas de Dios

 La acción de gracias a Dios se encuentra en muchas páginas de la Biblia. A las intervenciones salvíficas de Dios, su pueblo responde con una alabanza agradecida. Así ocurre, por ejemplo, tras el paso del Mar Rojo (Éx 15, 1-21) o en el momento solemne del traslado del Arca de la Alianza a la ciudad de David (1 Cró 16, 8-36). Es significativo que en este contexto se realizan los sacrificios pacíficos que se ofrecen en acción de gracias, según las normas contenidas en el Levítico (Lev 7, 12-15; 22,29).
Ese ambiente de festiva gratitud  se respira con motivo de las fiesta de la Pascua, en el templo purificado por el rey Exequias (2 Cró 30, 21-22). Y se vuelve a encontrar en la oración que se coloca en labios de Daniel: “A ti, Dios de mis padres, goy yo gracias y alabo, porque me has concedido saber e inteligencia; y ahora me has manifestado lo que te habiamos pedido; las cosas del rey tú nos has dado a conocer” (Dan 2,23).
Como antecedentes de esta plegaria se pueden recordar el himno de acción de gracias a Dios que se encuentra en Is 12, 1-6 y también en 25, 1-4. Todavía en la última parte del libro un poema se propone proclamar en todas partes las misericordias del Señor, las grandes hazañas que muestran su bondad y su clemencia para con su pueblo (Is 63,7). Pero Dios no sólo protege   al pueblo en su conjunto, sino que libera la vida del pobre, suscitando por ello la alabanza del profeta que se ha sentido perseguido (Jer 20, 13). 
 Esos sentimientos se expresan principalmente en los salmos. El salmista, en efecto, proclama con fervor: “Es bueno dar gracias al Señor y tañer para tu nombre, oh Altísimo, proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad” (Sal 92,2-3). Su plegaria se convierte, por tanto en invitación a otros fieles: “Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la roca que nos salva; entremos en su presencia dándole gracias, vitoreándolo al son de instrumentos” (Sal 95, 1-2).
Esa entrada exultante evoca sin duda las peregrinaciones al templo (cf. Sal 75,2)  y la invitación del levita que dirige el canto: “Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre” (Sal 100, 4). Quien ha experimentado la cercanía bondadosa de Dios no puede menos de ser agradecido: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti. Me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad; porque tu promesa supera tu fama” (Sal 138, 1-2).

2. La gratitud de Jesús

 Con la llegada de Jesús ha amanecido el tiempo de la gracia de Dios (Jn 1,12.17). Sus dádivas requieren una actitud agradecida. De ella es ejemplo el mismo Jesús. En el episodio de la multiplicación de los panes, se subraya que Jesús da gracias y los reparte (Mc 6,6; Mt 15,36; Jn 6,11), como un anticipo del rito tradicional de la acción de gracias que él cumple fielmente antes de entregar el pan y el cáliz a sus discípulos (Mc 14,23 par).
Más explícitamente se nos  trasmite la oración confiada de Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado” (Jn 11,41).
Con todo, el evangelio de Lucas nos recuerda que la acción de gracias a Dios puede a veces ser poco religiosa, como la que brota de la boca del fariseo altanero (Lc 18,11).
El que así da gracias a Dios, espera que los leprosos curados por él den gloria a Dios como el único que vuelve para mostrarse agradecido (Lc 17,6).

3. Comunidades agradecidas

La acción de gracias a Dios se manifiesta espontánea en la vida de Pablo (Hech 28,15) y en sus escritos. En efecto, el Apóstol da gracias a Dios por los carismas que le ha concedido, como el don de lenguas (1 Cor 14,18) y por la liberación de su cuerpo de muerte (Rom 7, 25) y por la victoria sobre la muerte que le ha sido prometida por la Escritura (1 Cor 15,57).
Pero, sobre todo, Pablo da gracias a Dios por los fieles (1 Tes, 1, 2; 3,9) y especialmente porque han acogido la palabra de Dios que les ha sido proclamada (1 Tes 2,13). Da gracias por que Dios los ha escogido (2 Tes 2,13). Da gracias a Dios porque  la fe de los Romanos es alabada (Rom 1,8) y al conocer la caridad y la fe de Filemón (Flm 4).
En las cartas pastorales Pablo da gracias a Jesucristo por haberlo revestido de fortaleza (1 Tim 1,12) y da gracias al acordarse de  Timoteo (2 Tim 1,3).
Ahora bien, quien así actúa, espera que los cristianos hagan todo dando gracias a Dios (1 Tes 5,18), tanto al  comer (Rom 4,6; 1 Tim 4,13) como al dedicarse  a la oración (Flp 4,6).
 Si Pablo nos desvela con frecuencia su corazón agradecido, también nos es posible descubrir cómo desearía que los cristianos presentasen a Dios su peticiones y súplicas, acompañadas de la acción de gracias. Ése habría de ser el estilo de la oración de las comunidades, como se dice en la carta a los Colosenses: “La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio  a Dios Padre” (Col 3, 16-17).
Se podría decir que la oración de gratitud, junto con la de intercesión, mantiene unidas a las comunidades cristianas. Si Pablo ha sido librado de un grave peligro espera que los fieles se unen en la oración de acción de gracias como antes se unieron en la súplica a favor del Apóstol (2 Cor 1,11).
Finalmente, se nos dice que la oración de gratitud no queda limitada a  esta vida terrena. En el Apocalipsis, la acción de gracias forma parte de la liturgia celestial (Ap 4,9; 7,12). Así resuena el canto de adoración de los veinticuatro Ancianos que están sentados en sus tronos delante de Dios: “Te damos gracias, Señor, Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era, porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado” (Ap 11,17). Si la gracia de Dios hace que el presente anticipe la gloria prometida, también la gratitud trasciende las fronteras del espacio y del tiempo. Un corazón agradecido pregusta ya desde ahora la promesa del cielo.
José-Román Flecha Andrés

Publicados en la revista "EVANGELIO Y VIDA".