LA
ACCIÓN DE GRACIAS
En un mundo en
el que todos nos sentimos con derecho a todo, es difícil encontrar personas
agradecidas. La gratitud brota espontánea del corazón de quien no se siente
merecedor de los favores que recibe. Cuando la persona alardea de haberse hecho
a sí misma sin ayuda de nadie no podrá ser agradecida. Al máximo dará gracias
de forma rutinaria cuando le cedan el paso o le sirvan a la mesa.
Si esto ocurre
en el plano de las relaciones humanas, puede también encontrarse en el ámbito
religioso. Nuestros mayores pronunciaban con frecuencia la expresión “Gracias a
Dios”. No la repetirá conscientemente quien no cree en Dios o quien piensa que
Dios ha de estar agradecido a sus fieles. Son muchos los que piensan que al
creer le están haciendo un favor a Dios.
Pero la fe, la
esperanza y el amor son dones gratuitos. Por eso han de ser agradecidos. Como
la vida misma.
1. Las
maravillas de Dios
La acción de gracias a Dios se encuentra en
muchas páginas de la Biblia. A las intervenciones salvíficas de Dios, su pueblo
responde con una alabanza agradecida. Así ocurre, por ejemplo, tras el paso del
Mar Rojo (Éx 15, 1-21) o en el momento solemne del traslado del Arca de la
Alianza a la ciudad de David (1 Cró 16, 8-36). Es significativo que en este
contexto se realizan los sacrificios pacíficos que se ofrecen en acción de
gracias, según las normas contenidas en el Levítico (Lev 7, 12-15; 22,29).
Ese ambiente de
festiva gratitud se respira con motivo
de las fiesta de la Pascua, en el templo purificado por el rey Exequias (2 Cró
30, 21-22). Y se vuelve a encontrar en la oración que se coloca en labios de
Daniel: “A ti, Dios de mis padres, goy yo gracias y alabo, porque me has
concedido saber e inteligencia; y ahora me has manifestado lo que te habiamos
pedido; las cosas del rey tú nos has dado a conocer” (Dan 2,23).
Como
antecedentes de esta plegaria se pueden recordar el himno de acción de gracias
a Dios que se encuentra en Is 12, 1-6 y también en 25, 1-4. Todavía en la última
parte del libro un poema se propone proclamar en todas partes las misericordias
del Señor, las grandes hazañas que muestran su bondad y su clemencia para con
su pueblo (Is 63,7). Pero Dios no sólo protege
al pueblo en su conjunto, sino que libera la vida del pobre, suscitando
por ello la alabanza del profeta que se ha sentido perseguido (Jer 20,
13).
Esos sentimientos se expresan principalmente
en los salmos. El salmista, en efecto, proclama con fervor: “Es bueno dar
gracias al Señor y tañer para tu nombre, oh Altísimo, proclamar por la mañana
tu misericordia y de noche tu fidelidad” (Sal 92,2-3). Su plegaria se
convierte, por tanto en invitación a otros fieles: “Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la roca que nos salva; entremos en su presencia dándole
gracias, vitoreándolo al son de instrumentos” (Sal 95, 1-2).
Esa entrada
exultante evoca sin duda las peregrinaciones al templo (cf. Sal 75,2) y la invitación del levita que dirige el
canto: “Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con
himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre” (Sal 100, 4). Quien ha
experimentado la cercanía bondadosa de Dios no puede menos de ser agradecido:
“Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti.
Me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y
tu lealtad; porque tu promesa supera tu fama” (Sal 138, 1-2).
2. La gratitud
de Jesús
Con la llegada de Jesús ha amanecido el tiempo
de la gracia de Dios (Jn 1,12.17). Sus dádivas requieren una actitud
agradecida. De ella es ejemplo el mismo Jesús. En el episodio de la
multiplicación de los panes, se subraya que Jesús da gracias y los reparte (Mc
6,6; Mt 15,36; Jn 6,11), como un anticipo del rito tradicional de la acción de
gracias que él cumple fielmente antes de entregar el pan y el cáliz a sus
discípulos (Mc 14,23 par).
Más
explícitamente se nos trasmite la
oración confiada de Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro: “Padre, te doy
gracias por haberme escuchado” (Jn 11,41).
Con todo, el
evangelio de Lucas nos recuerda que la acción de gracias a Dios puede a veces
ser poco religiosa, como la que brota de la boca del fariseo altanero (Lc
18,11).
El que así da
gracias a Dios, espera que los leprosos curados por él den gloria a Dios como
el único que vuelve para mostrarse agradecido (Lc 17,6).
3. Comunidades agradecidas
La acción de
gracias a Dios se manifiesta espontánea en la vida de Pablo (Hech 28,15) y en
sus escritos. En efecto, el Apóstol da gracias a Dios por los carismas que le
ha concedido, como el don de lenguas (1 Cor 14,18) y por la liberación de su
cuerpo de muerte (Rom 7, 25) y por la victoria sobre la muerte que le ha sido
prometida por la Escritura (1 Cor 15,57).
Pero, sobre
todo, Pablo da gracias a Dios por los fieles (1 Tes, 1, 2; 3,9) y especialmente
porque han acogido la palabra de Dios que les ha sido proclamada (1 Tes 2,13).
Da gracias por que Dios los ha escogido (2 Tes 2,13). Da gracias a Dios
porque la fe de los Romanos es alabada
(Rom 1,8) y al conocer la caridad y la fe de Filemón (Flm 4).
En las cartas
pastorales Pablo da gracias a Jesucristo por haberlo revestido de fortaleza (1
Tim 1,12) y da gracias al acordarse de
Timoteo (2 Tim 1,3).
Ahora bien,
quien así actúa, espera que los cristianos hagan todo dando gracias a Dios (1
Tes 5,18), tanto al comer (Rom 4,6; 1
Tim 4,13) como al dedicarse a la oración
(Flp 4,6).
Si Pablo nos desvela con frecuencia su corazón
agradecido, también nos es posible descubrir cómo desearía que los cristianos
presentasen a Dios su peticiones y súplicas, acompañadas de la acción de
gracias. Ése habría de ser el estilo de la oración de las comunidades, como se
dice en la carta a los Colosenses: “La palabra de Cristo habite en vosotros con
toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos,
himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca,
hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Col 3, 16-17).
Se podría decir
que la oración de gratitud, junto con la de intercesión, mantiene unidas a las
comunidades cristianas. Si Pablo ha sido librado de un grave peligro espera que
los fieles se unen en la oración de acción de gracias como antes se unieron en
la súplica a favor del Apóstol (2 Cor 1,11).
Finalmente, se
nos dice que la oración de gratitud no queda limitada a esta vida terrena. En el Apocalipsis, la
acción de gracias forma parte de la liturgia celestial (Ap 4,9; 7,12). Así
resuena el canto de adoración de los veinticuatro Ancianos que están sentados
en sus tronos delante de Dios: “Te damos gracias, Señor, Dios Todopoderoso,
Aquel que es y que era, porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu
reinado” (Ap 11,17). Si la gracia de Dios hace que el presente anticipe la
gloria prometida, también la gratitud trasciende las fronteras del espacio y
del tiempo. Un corazón agradecido pregusta ya desde ahora la promesa del cielo.
José-Román Flecha Andrés
Publicados en la revista "EVANGELIO Y VIDA".