sábado, 5 de julio de 2014

QUÉ DICE LA BIBLIA SOBRE…


 LA ABNEGACIÓN

En los ambientes de hoy no se oye con frecuencia esta palabra. Según el Diccionario, la abnegación es el “sacrificio que alguien hace de su voluntad, de sus afectos o de sus intereses, generalmente por motivos religiosos o por altruismo”. En un mundo que glorifica la satisfacción y la comodidad, no es valorada la negación de sí mismo para dedicar tiempo y afectos a Dios o a los demás.
Sin embargo, hasta la psicología nos dice que el ser humano necesita subordinar los placeres inmediatos a los que realmente pueden realizar a la persona. Es preciso aprender a elaborar el deseo e integrarlo en el proyecto personal para poder alcanzar la madurez y la realización de la persona.
Quien no ha aprendido a decir “no” a los estímulos inmediatos difícilmente podrá salir de la infantilidad.

1. Liberación e intercesión

Seguramente el gran icono de la abnegación es para Israel la figura de Moisés. Parecía haber alcanzado el ideal de una vida tranquila, cuando la voz que brotaba de la zarza lo llamó a dejar de lado sus intereses personales para llevar a cabo el proyecto liberador de Dios (Ex 3, 1-12). Arrancado de su comodidad, más o menos elemental, una y otra vez habría de negarse a sí mismo para ponerse al servicio de aquel pueblo que estaba a punto de apedrearle (cf. Ex 17,4).
En la literatura profética, sobresale la imagen del Siervo del Señor, colocado por Él como luz de las gentes (Is 49,6). Convertido en varón de dolores y sabedor de dolencias, llevaba sobre sí los dolores de otros y cargaba con las rebeldías ajenas (Is 53,3-5). Su abnegación fue redentora. El poema concluye diciendo que “llevó el pecado de muchos e intercedió por los rebeldes” (Is 53,12).
De forma parabólica se narra la grandeza humilde de Tobías.  Negándose a sí mismo cada día, cumple lo prescrito por la Ley con relación a Dios, al santuario y a los pobres de su pueblo (Tob 1, 6-9). En ese mismo espíritu y en esos mismos valores se fundan los consejos que trasmite a su hijo (Tob 4, 5-11). Esos consejos se repiten con frecuencia en los libros sapienciales, cuando se incluyen exhortaciones a la compasión hacia los débiles (Prov 19,17) y a la limosna para con los pobres (Si 4, 1-6).

2. Abnegación y seguimiento

En los evangelios, la exigencia de negarse a sí mismo se presenta como la condición indispensable para ser en verdad discípulo de Jesús. De hecho, los primeros llamados por él, están dispuestos a dejar sus barcas y hasta su familia para seguirle (Mc 1, 16-20).
Para los evangelios la abnegación resume las exigencias del seguimiento de Jesús según lo Él expone tanto a sus discípulos como a la gente en general: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8,34; Mt 16,24; Lc 9,23).
Advertencias semejantes se incluyen en el discurso de la misión de los discípulos (Mt 10,37-39).
Especialmente gráfico es el encuentro de Jesús con el joven rico, que pregunta que ha de hacer de bueno para conseguir vida eterna. Al comprobar que ha amado los valores éticos fundamentales, salvaguardados por los mandamientos de Moisés, Jesús le propone un camino específicamente cristiano: “Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme” (Mt 19,17).
Una vez que se ha alejado el joven, Jesús explica a sus discípulos el peligro que encierran las riquezas. Y, ante la pregunta asombrada de Pedro, establece la regla de la proporcionalidad entre la abnegación y la recompensa: “Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna” (Mt 19,29). Estas últimas palabras repiten, en recurrencia antifonal, la aspiración del joven rico. La vida eterna es la clave de esta catequesis. Y orienta a los discípulos sobre el sentido de la abnegación.
 El Maestro no pretende anular las exigencias de la naturaleza. La ley positiva no puede contradecir a la ley natural. Así que dejar la familia –u odiar la familia, por decirlo con una hipérbole oriental- no es una imposición de Jesús (Lc 14,26), sino una observación de lo que, de hecho, hubo de suceder en las primeras comunidades. Entraron con frecuencia en conflicto dos fidelidades: la de la fe en el Señor y la de las vinculaciones afectivas. Y hubo que elegir el camino de la fe.
Tomar la cruz y seguir a Jesús (Mt 16,24) no podía significar la autodestrucción de la persona, sino la invitación a considerar la jerarquía de los propios valores para ajustarse a los vividos y proclamados por el Maestro. Las parábolas del tesoro y la perla (Mt 13, 44-46) ilustran bien el sentido de una abnegación ante lo que se deja, teniendo a la vista el supremo valor del Reino que se obtiene.

3. Basura y ganancia

Es preciso insistir en lo dicho. En la vida de las primeras comunidades cristianas, los discípulos tuvieron que realizar algunas opciones radicales para mantenerse fieles a la fe y sus compromisos. Bien sabían ellos que era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (Hech 4,19; 5,29).
Después de recordar a los Filipenses los datos de su propia biografía que podrían llenarlo de orgullo, Pablo afirma que sólo ha de gloriarse en Cristo Jesús: “Lo que era para mi ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,7-8). Si Pablo se ha negado a sí mismo y ha dejado de lado lo que podría ofrecerle seguridades y honores humanos, sabe que no sólo no ha perdido en el cambio sino que ha obtenido una ganancia indescriptible.
En una brillante contraposición, el mismo Pablo recuerda el antagonismo que existe entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu (Gal 5, 19-23). La exhortación a aspirar y a dar este fruto responde a la necesidad de vivir en la libertad (Gál 5,13). Negarse a las obras de la carne es ponerse en el camino de la verdadera libertad, aunque sea éste un camino costoso, “pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y apetencias” (Gál 5, 24).
 Las apetencias que esclavizan a la persona aparecen también en otros textos, en los que Pablo exhorta a los cristianos a liberarse del dominio del pecado y a ofrecerse a Dios como muertos retornados a la vida (Rom 6,12-13).
En la dinámica del “como si”, los fieles son invitados a vivir una abnegación -ilustrada por cinco ejemplos llamativos- que ha de llevarlos a vivir en la verdad. Que los que “disfrutan del mundo vivan como si no disfrutasen”,  puesto que “pasa la apariencia de este mundo” (1 Cor  7, 29-31).
La abnegación se manifiesta de forma negativa en la renuncia a la impiedad y a las pasiones mundanas y de forma positiva en las adecuadas relaciones con lo otro, con los otros y con el Absolutamente Otro. De hecho, la sensatez ante las cosas, la justicia ante los demás y la piedad ante Dios alcanzan una justificación cristológica, desde que se ha manifestado en Cristo la gloria de Dios (Tit 2, 11-14).
 La abnegación cristiana no es, por tanto,  signo de enfermedad ni lamento de derrota: es la decisión más razonable y gozosa de quien se niega a algo pasajero por haber encontrado a Alguien eterno.

José-Román Flecha Andrés
Publicados en la revista "EVANGELIO Y VIDA".