La
gratuidad es esa cualidad de las acciones que se realizan de balde o de gracia,
gratuitamente y sin coste alguno. Lo gratuito se da por nada.
La
sabiduría popular ha reflejado la ambigüedad de la gratuidad y lo gratuito.
Algunos refranes evocan la satisfacción de quien puede conseguir algo de balde:
“Lo que dineros cuesta, apesta; lo que de balde nos den, eso huele bien”. “Lo
que no cuesta dinero siempre es bueno”. Pero hay otros refranes que reflejan la
suspicacia que suscita lo gratuito: “Barbero de balde, ni lo busques ni lo
halles”. “Pan y vino por mi dinero; que de balde no los quiero”. Detrás de
estos proverbios se intuye una larga experiencia de satisfacciones y engaños.
La
gratuidad en sí misma no tiene una calificación ética unívoca y definida. Su
valoración depende de las acciones a las que acompaña y de la intención de
quien actúa. En efecto, en la vida hay beneficios gratuitos, pero también hay
ofensas gratuitas.
Los
beneficios gratuitos revelan la magnanimidad y el desinterés de la
persona que los concede. Denotan la gran riqueza interior de quien no necesita
encontrar motivaciones utilitarias para actuar. Pero la gratuidad también puede
entenderse en sentido negativo. Hay injurias gratuitas, que carecen de motivo y
justificación, e insultos gratuitos, es decir, totalmente inmerecidos.
2.
ELECCIÓN POR AMOR
Para
la experiencia religiosa de Israel, la gratitud humana responde a la absoluta
gratuidad del Dios que se entrega al hombre sin que éste lo haya merecido
previamente. De hecho, ambas palabras derivan del latín “gratia”.
Una constante en la
doctrina bíblica es la absoluta gratuidad de la misericordia y los dones de
Dios concedidos a su pueblo. El amor gratuito de Dios es el único motivo que justifica
la elección de Israel y su liberación de la esclavitud padecida en Egipto (Dt
7, 7-8).
La experiencia de la gratuidad del amor
perdonador de Dios se encuentra recogida en la asombrosa parábola de Ezequiel,
en la que se evoca la historia religiosa de Israel bajo la imagen de una niña
que, convertida en reina, traiciona el amor del que la recogió en el desierto.
A pesar de sus infidelidades, el Señor que la amado gratis está dispuesto a
restablecer con ella su alianza (Ez 16, 60-63).
Un tercer bloque de referencias nos remite a
los textos oracionales. De forma explícita se afirma en los salmos que todo
bien se debe a la iniciativa de Dios. Por tanto la gratuidad de sus dones es un
motivo más que suficiente para atribuirle a él sólo todo el mérito y la gloria
de lo que su pueblo ha podido conseguir:
“¡No a
nosotros, Yahveh, no a nosotros,
sino a tu
nombre da la gloria,
por tu amor, por tu
verdad!” (Sal 115,1).
2.
“DADLO GRATIS”
El evangelio de Jesús
es una proclamación de la gratuidad de la elección y de la gracia salvadora, de
la que es mediación la misión apostólica. Esa conciencia de la gratuidad se
refleja en esa especie de consigna con la que Jesús envía a sus discípulos:
“Gratis lo recibisteis; dadlo gratis” (Mt 10,8).
Es más, el
reconocimiento de la gratuidad del amor de Dios se convierte en pauta de
comportamiento ético para los seguidores de Jesús. Si Dios les ha amado
gratuitamente, ellos habrán de intentar imitar ese estilo de amor. Ése y no
otro es el camino para la perfección. Ahora bien, para estar en cierto modo
seguros de que están empezando a imitar el amor gratuito de Dios, los
discípulos de Jesús tienen una prueba inconfundible, como es el amor a sus
propios enemigos. El amor a los enemigos no es un gesto de masoquismo, es un signo
cuasi-sacramental de la gratuidad del amor de Dios, reflejado en el amor
humano. Al amar a los que les han hecho mal, están comenzando a parecerse a
Dios. De hecho, el común de los humanos ama a los que les han hecho el bien. De
esa forma el amor es causado por una bondad precedente. Pero en Dios el amor es
incausado, previo y creativo. Los discípulos de Jesús han de intentar amar de
esa forma novedosa, es decir, gratuita (Mt 5, 43-48).
La gratuidad en el amor
y en la solidaridad es lo que a fin de cuentas distingue de los “pecadores” al
verdadero discípulo de Jesús. Sin embargo la motivación de la gratuidad no es
pragmática, sino estrictamente teológica. No pretende el evangelio que los
discípulos sean más elegantes o mejor
acogidos, sino que se parezcan a Dios, cuyo amor es gratuito (Lc 6, 27-36).
El
evangelio de Lucas insiste en la necesidad de esta virtud, situándola, esta
vez, en un horizonte ético y escatológico. De hecho, el consejo de Jesús es una
glosa de una hipotética bienaventuranza que podría formularse más o menos así:
“Dichosos los que aman gratuitamente porque Dios será su recompensará en la
resurrección de los justos” (Lc 14, 12-14).
3. “NO HAY MUCHOS SABIOS”
Idénticos sentimientos encontramos en los
escritos paulinos. La gratuidad del amor de Dios se manifiesta, sobre todo, en
la elección de los discípulos de Jesús. Como haciéndose eco de las palabras ya
citadas del Deuteronomio, Pablo recuerda que, éstos no han sido llamados por
sus sobresalientes cualidades o posesiones, sino en virtud de la gratuidad del
amor de Dios:
“¡Mirad,
hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni
muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio
del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo,
para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios;
lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se
gloríe en la presencia de Dios”. (1 Cor 1, 26-29).
Ese estilo
de Dios resulta normativo para los cristianos. En la parte moral de la carta a
los Romanos, Pablo exhorta a los fieles a amar gratuitamente a los enemigos.
Sus consejos son formulados en forma negativa (no devolver el mal) y en forma
positiva (procurar el bien). La última consigna (vencer el mal con el bien),
más que un lema ético parece una confesión del Dios de la misericordia:
“Bendecid
a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad
con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin
complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis
en vuestra propia sabiduría. Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el
bien ante todos los hombres: en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en
paz con todos los hombres; no tomando la justicia por cuenta vuestra, queridos
míos, dejad lugar a la Cólera, pues dice la Escritura: Mía es la venganza: yo daré el pago merecido,
dice el Señor. Antes al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y
si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su
cabeza. No te dejes vencer por el mal;
antes bien, vence al mal con el bien” (Rom 12, 14-21).
Así pues, quien hace de la gratuidad su norma
de vida demuestra su libertad y generosidad. La gratuidad es la prueba más
evidente de la autenticidad del amor y de la amistad. Sólo quien ama
gratuitamente puede estar seguro de que su amor es genuino.
La
gratuidad puede ser hoy un reconocimiento de la persona por lo que vale en sí misma,
con independencia de sus cualidades o del puesto que ocupa en la sociedad. La
gratuidad es un evangelio del amor.
José-Román Flecha Andrés
Publicados
en la revista "EVANGELIO Y VIDA".