LA IGLESIA NO ES UNA ONG
El Papa Francisco ha repetido varias veces esa frase.
Con ella no trata de desprestigiar a las
Organizaciones no Gubernamentales, que tantas veces contribuyen a despertar
nuestra conciencia ante la pobreza y la marginación.
La fe cristiana no aliena a
los creyentes ni los aleja de las necesidades del pueblo. En su exhortación “La
alegría del Evangelio”, el Papa Francisco afirma que “en el corazón mismo del
Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros” (EG 177).
Nuestra fe en el Dios
trinitario promueve el amor al prójimo, la fraternidad y la justicia. La
esperanza cristiana mira a un futuro absoluto, pero siempre genera historia y
cultura en el presente. Y el amor se concreta en medidas sociales. La fe no
puede relegarse a la intimidad de las personas.
“Una auténtica fe –que nunca es cómoda e
individualista- siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de
transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra”
(EG 183).
Si somos fieles a esa fe, hemos de cooperar para resolver las causas de
la pobreza, promover el desarrollo integral de los pobres y hacernos solidarios
con las miserias humanas. Para el Papa, “la posesión privada de los bienes se
justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien
común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle
al pobre lo que le corresponde” (EG 189). Según él, “existe alimento para
todos; el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta… y
de la práctica generalizada del desperdicio” (EG 191.
Pero la solidaridad no se
limita a asegurar a todos la comida. Hay que promover la educación, el acceso
al cuidado de la salud y a un trabajo libre, creativo, participativo y
solidario, dotado de un salario justo.
El Evangelio nos exhorta a escuchar el clamor
de los pobres (EG 193-195), pone ante nuestros ojos la alienación del consumo y
nos recuerda que “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los
pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre” (EG 197).
El Papa repite una frase que
ha hecho famosa: “Quiero una iglesia pobre para los pobres” (EG 198). Hemos de
prestar atención a las nuevas formas de pobreza y cuidar la fragilidad humana
(EG 209-210).
Esa fragilidad se revela en
los nuevos esclavos, en las mujeres maltratadas, en los niños por nacer, y aun
en el conjunto de la creación. “Todos los cristianos estamos llamados a cuidar
la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (EG 216). Con todo, no
formamos tan solo una ONG. Tenemos la misión de anunciar y promover el Reino de
Dios.
Si olvida esa vocación, la
Iglesia pierde su misión profética. Leonardo Boff escribió que no hay
Eucaristía sin pan, pero cualquier pan no es la Eucaristía. Sin tratar de
paliar el hambre de pan no se puede anunciar la gloria. Pero las medidas
sociales no pueden ocultar la esperanza cristiana.
José-Román Flecha Andrés