Hch
22,30; 23,6-11
Jn
17,20-26
En
aquel tiempo dijo Jesús: “No te ruego solamente por éstos, sino también por los
que han de creer en mí al oír el mensaje de ellos. Te pido que todos ellos
estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén
en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Les he dado la misma
gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa como tú y yo somos una sola
cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno y así el
mundo sepa que tú me enviaste y que los amas como me amas a mí. Padre, tú me
los confiaste, y quiero que estén conmigo donde yo voy a estar, para que vean
mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la
creación del mundo. Padre justo, los que son del mundo no te conocen; pero yo
te conozco, y éstos también saben que tú me enviaste. Les he dado a conocer
quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos,
y yo mismo esté en ellos”.
Preparación: “Cristo ora por nosotros, como
sacerdote nuestro; ora en nosotros, como Cabeza nuestra; y nosotros le oramos a
él como a nuestro Dios… Oramos a él, por él y en él… Pide Cristo y pido yo. No
pidas nada sin él, y él no pedirá nada sin ti”. Estas palabras de San Agustín
en el Comentario a los Salmos (85,1) nos
introducen en el ambiente litúrgico de este día.
Lectura: Nos consuela oír en la primera
lectura la promesa que Jesús dirige a Pablo, retenido en la fortaleza romana en
Jerusalén: “¡Ánimo, lo mismo que has dado testimonio de mí en Jerusalén, así es
necesario que des también testimonio en Roma!”. En el Evangelio se nos dice que
Jesús ha orado por sus discípulos. Y por todos los que habíamos de creer en él
a lo largo de los siglos. Sabemos que él se cuida de nosotros. Su oración nos
conforta y sostiene nuestra esperanza.
Meditación: Es preciso que esta certeza se convierta hoy en el tema de nuestra
oración. Jesús ha orado por sus discípulos y por todos los que habían de creer
en él. Su oración es la prueba de su amor. Ahora bien, siempre podemos
preguntarnos por la razón de ese amor.
“Así como la causa por que amó Cristo al hombre no es el hombre sino
Dios, así también el medio por que Dios tiene prometidos tantos bienes al
hombre no es el hombre, sino Cristo”. Estas palabras de San Juan de Ávila en el
Tratado del amor de Dios (I,15) nos
ofrecen confianza y nos ayudan a reconocer nuestro puesto en el plano de la
salvación. La esperanza y la humildad son hermanas gemelas.
Oración: “Señor, que tu Espíritu nos
penetre con su fuerza, para que nuestro pensar te sea grato y nuestro obrar
concuerde con tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.
Contemplación: Nosotros dedicamos muy poco tiempo
a orar por los que nos han precedido en el signo de la fe. Pero dedicamos menos
tiempo aún a orar por aquellos que algún día recibirán la fe que nosotros,
humildemente, hemos tratado de testimoniar con nuestra vida. Sin embargo, Jesús
ha pensado en nosotros. De nuevo contemplamos a Jesús en la “sala de arriba”.
Está haciendo oración por todos los que, a lo largo de los tiempos, habrán de
creer en él. Damos gracias por el fruto de aquella oración.
Acción: Hoy dedicamos unos momentos a
imaginar a las personas a las que un día llegará algo de la fe que nosotros
hemos tratado de anunciar y testimoniar.
José-Román Flecha Andrés