LA ÉTICA EN EL DISCURSO DEL REY
Son incontables los análisis
del discurso que pronunció el rey Felipe VI en su proclamación ante las Cortes
Generales. Un texto de tanta importancia, puede ser considerado también con una
mirada atenta a las cuestiones éticas y morales.
El Rey ha recordado los
valores en los que descansa la convivencia democrática, Valores de libertad, de
responsabilidad, de solidaridad y de tolerancia. Con intención o sin ella, a lo
largo de su discurso apela a los grandes principios de la revolución francesa
que se han convertido en patrimonio ideal de la modernidad, es decir la
libertad, la igualdad y la fraternidad.
Es cierto que, por seguir a
Isaiah Berlin, hay que reconocer que no basta con proclamar la “libertad de” si
no se insiste en la necesidad de asumir la “libertad para”, que necesariamente
se identifica con la responsabilidad. Y en el discurso se asocian ambas dimensiones.
Por lo que se refiere a la
“igualdad”, el Rey la ha vinculado a otros dos pilares en los que ha de
fundamentarse un país unido y diverso, como son la solidaridad entre sus
pueblos y el respeto a la ley. Interesante resulta la advertencia de que “los
sentimientos… no deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y
respetar, convivir y compartir”.
Y por lo que respecta a la
“fraternidad”, tan olvidada en los últimos tiempos, tal vez por sus resonancias
religiosas, el Rey afirma que la convivencia exige “el afecto sincero, la
amistad y los vínculos de hermandad y fraternidad que son indispensables para
alimentar las ilusiones colectivas”.
La palabra “ilusión” no
debería entenderse como el engaño de los sentidos, al que alude el primer
significado recogido por el Diccionario.
La ilusión evoca también la esperanza. Y a la esperanza y al futuro se refiere
el Rey en cuatro pasajes de su discurso. Para esperar con realismo es preciso
“recordar” el pasado, es decir repensar nuestra historia con el corazón y mirar
el porvenir con fe.
Un porvenir al que no sólo
hay que pedirle derechos, sino al que hay que entregarse con la lúcida
conciencia de los deberes que a todos nos afectan. Un deber que, según el Rey,
nos exige trabajar para vendar las llagas de los que se han visto herido en su
dignidad de personas y para “ofrecer protección a las personas y a las familias
más vulnerables”.
San Isidoro de Sevilla,
seguido por Santo Tomás, escribía que para ser justa, la ley ha de tutelar el
bien común. De lo contrario, las leyes sólo generan privilegios. Hace bien el
Rey en mostrarse “dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar,
y también a defender siempre los intereses generales”.
A la vista de estos valores
y actitudes, se diría con Benedetto Croce que “no podemos menos de decirnos
cristianos”. Aunque resulte difícil explicar por qué este país se diferencia de
todos los que en el mundo piden la bendición de Dios al inicio de una empresa
tan importante.
José-Román Flecha Andrés