domingo, 25 de mayo de 2014

QUÉ DICE LA BIBLIA SOBRE …















  LA ENFERMEDAD

La salud y la enfermedad nos son conocidas por observación de lo que ocurre a nuestros parientes y conocidos y, más tarde o más temprano, también por lo que a nosotros nos acontece.
En nuestros tiempos se defiende con ardor los derechos del enfermo y se profesionaliza su cuidado. Pero más que en otros tiempos descubrimos la debilidad y la soledad del enfermo. 
Los creyentes en el Dios de la vida no pueden por menos de volver su mirada a las páginas de la Sagrada Escritura. Y en ellas encuentran la presencia constante del enfermo y la invitación a prestarle una ayuda afectuosa y eficaz.

1. Una historia de misericordia

La atención a los enfermos es en el Antiguo Testamento un signo del poder de Dios sobre la misma, aun antes de ser una ocasión para ejercer la compasión humana.  En sus páginas se encuentra una especie de teología narrativa sobre la enfermedad. Basta recordar algunos iconos más significativos.
- El profeta Elías se compadece de la familia que le hospeda en tierra extranjera.  El  hijo de la viuda de Sarepta, que le ha acogido en su casa cae enfermo. El profeta ora por él y se lo devuelve vivo a su madre (1 Re 17,17-24).
- Pero la enfermedad no afecta sólo a los pobres. Iguala a los poderosos con los humildes. El profeta Eliseo cura de la lepra a Naamán, jefe del ejército del rey de Aram (2 Re 5).
- Cuando el rey Ezequías cae enfermo, el profeta Isaías se convierte para él en signo de la misericordia de Dios (2 Re 20, 1; 2 Cró 32,34; Is 38,1).
De todas formas, la pregunta más inquietante es la que se refiere al motivo mismo del dolor, el sufrimiento y la enfermedad. Esta cuestión es la que recorre todo el libro de Job. La tesis tradicional, repetida por los amigos de Job es que el sufrimiento se debe a una falta moral. Job se revuelve contra esa interpretación. Su conciencia no le acusa de culpa (Job 31). El libro se cierra sin una respuesta a ese misterio. Sin embargo, queda descalificada la atribución automática de la enfermedad al pecado.
En los poemas incluidos en la segunda parte del libro de Isaías se dice que el “Siervo de Dios” asumió nuestras enfermedades, que tienen finalmente un valor salvífico para otros (Is 53, 4-5). Estas palabras se aplicarán un día a Jesús (Mt 8,17)

2. “Pasó haciendo bien”

El cristiano cree que  la figura y el valor del ser humano le han sido revelados definitivamente en la palabra y el icono de Jesús, el Cristo de Dios (cf. GS 22). Él no es sólo Maestro de comportamiento. Es también un modelo de conducta. Es el ideal mismo de los valores éticos y  consujeto del obrar humano responsable.
  Jesús de Nazaret ofrece un ejemplo admirable en su cercanía misericordiosa a todos los enfermos. Los evangelios recuerdan con frecuencia que sanó a todos los enfermos (Mt 8,16; 14,35).
El evangelio de Marcos tiene verdadero interés en presentar a Jesús, desde el primer día de su ministerio público, como el profeta lleno de poder y de compasión hacia los enfermos. De entre todos ellos, la curación de la suegra de Pedro es una hermosa metáfora de su misión compasiva (Mc 1, 29-31). Como la mujer enferma, la humanidad entera yace postrada. Al contacto con Jesús recibe la salvación, que tiene su signo en la salud corporal. Y una vez sanada puede ya levantarse en pie para atender a sus huéspedes. Como metáfora de un nuevo itinerario exodal, la mujer pasa, gracias a Jesús, “de la servidumbre al servicio”.
Utilizando el expediente de los “sumarios” o resúmenes que identifican el espíritu de la persona o la comunidad, los evangelios refieren que todos los que tenían enfermos los traían hasta Jesús(Mc 1,32; Lc 4,40) y los ponían en las calles para que los curara a su paso (Mc 6,56). De hecho se dice que Jesús sanó a muchos de enfermedades y plagas (Lc 7,21).
Ese ministerio de sanación, que lo distingue como el Mesías de Dios,  forma parte del mandato de Jesús a sus discípulos: sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos (Mt 10,8). De hecho, Jesús los envía a predicar y a sanar a los enfermos (Lc 9,2; 10,9).
Por otra parte, en la profecía del juicio escatológico Jesús no sólo se identifica con el enfermo sino que uno de los criterios del mismo juicio es precisamente la visita a los enfermos (cf. Mt 25,36.39).
Como se sabe, el evangelio de Juan presenta el espectáculo de una multitud de enfermos que se apiñan bajo los pórticos de la piscina de Betesda  y señala la compasión de Jesús hacia un hombre que no tiene quien le ayude (Jn 5,3-5).
La curación de un ciego de nacimiento es una espléndida catequesis sobre la fe. En ese contexto se plantea de nuevo la pregunta tradicional sobre la relación entre el mal físico y el mal moral.  Jesús responde afirmando que la enfermedad del ciego de nacimiento no puede ser vinculada a un pecado personal (cf. Jn 9,3). 

En el mismo evangelio, se recoge el mensaje que  Marta y María  envían a Jesús para hacerle saber de la enfermedad de Lázaro, al que ama. El relato muestra la amistad de Jesús y, sobre todo, lo presenta como Señor de la vida  (Jn 11, 1-3).

3. Fraternidad y compasión

 Ya desde el principio, la comunidad cristiana hace suyo el deber moral de atender a los enfermos. El sentido de la fraternidad se manifiesta en la compasión.
Pero antes que mensaje moral, los relatos de curaciones de  enfermos revelan la fuerza de Dios que acompaña a los discípulos de Jesús. La curación del tullido por parte de Pedro se convierte en ocasión para anunciar el misterio de Jesucristo y el poder que ha concedido a los suyos (Hech 3). En ellos se repiten las escenas de la vida de Jesús. Al paso de los apóstoles, las gentes sacan a la calle a sus enfermos, que quedan curados (Hech 5,15; cf. 19,12; 28,29).
En la carta de Santiago se deja constancia de un rito de oración presbiteral, que se identifica generalmente con el sacramento de la unción de los enfermos (Stg 5, 14).
 Así pues, antes de subrayar la responsabilidad moral de la nueva comunidad hacia los enfermos, estos relatos son otras tantas catequesis sobre la presencia de Cristo y su poder en el seno de la Iglesia.
Siguiendo el paradigma del buen samaritano (cf. Lc 10, 20-37), el cristiano ha de saber descubrir el dolor, compadecerse del que sufre y prestarle una ayuda eficaz.

                                                                                        José-Román Flecha Andrés

Publicados en la revista "EVANGELIO Y VIDA".