Hch
2,14.22-33
Mt 28,8-15
Las mujeres
se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas pero, a la vez, con mucha
alegría, y corrieron a llevar la noticia a los discípulos. En esto, Jesús se
presentó ante ellas y las saludó. Ellas, acercándose a Jesús, le abrazaron los
pies y le adoraron. Él les dijo: “No tengáis miedo. Id a decir a mis hermanos
que se dirijan a Galilea, y que allí me verán”. Mientras las mujeres iban de
camino, algunos soldados de la guardia llegaron a la ciudad y contaron a los
jefes de los sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos jefes se reunieron
con los ancianos para, de común acuerdo, dar mucho dinero a los soldados y
advertirles: “Decid que durante la noche, mientras dormíais, los discípulos de
Jesús vinieron y robaron el cuerpo. Y si el gobernador se entera de esto,
nosotros le convenceremos y os evitaremos dificultades”. Los soldados tomaron
el dinero e hicieron como se les había dicho. Y ésa es la explicación que hasta
el día de hoy circula entre los judíos.
Preparación: En el salmo 15 se recoge la
oración de un levita que, tras una crisis de fe, bendice al Señor y hace profesión de su fe en
una vida sin término: “No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel
conocer la corrupción”. Es uno de los primeros atisbos de la fe en la vida más
allá de la muerte. Una fe que para los
cristianos se fundamenta en la resurrección de Jesucristo.
Lectura: Según el libro de los Hechos de
los Apóstoles, el día de Pentecostés, Pedro dirigió su palabra a las gentes de
Jerusalén. El núcleo de su discurso fue este: “Dios resucitó a Jesús y todos
nosotros somos testigos”. Según el evangelio, las mujeres que habían
presenciado la crucifixión de Jesús
acuden al sepulcro, muy de mañana, el primer día de la semana. Su
fidelidad al Maestro se extiende más allá de la muerte. El mismo Jesús las
invita a superar el miedo y les confía este mensaje: “Id a comunicar a mis
hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. Mientras tanto, el poder comienza
a imaginar estrategias para intentar neutralizar la fuerza de la resurrección
del Señor
Meditación: A Jesús no hay que buscarlo en el
sepulcro. Ya no está allí. Está vivo. Por otra parte, sus discípulos lo han
abandonado. Jesús quiere volver a
reunirlos en torno a él. Les da cita en Galilea, donde los había encontrado y
llamado. Evidentemente, Jesús desea
ayudarles a revivir aquella experiencia inicial de encuentro y vocación. Esa es
también nuestra historia. El Señor perdona nuestra infidelidad. Nos renueva su
amistad. Y quiere seguir contando con nosotros para que prediquemos “a los
fieles los vicios y las virtudes, la pena y la gloria”, como quería San
Francisco (Regla, IX).
Oración: Señor Jesús, resucitado de entre
los muertos, perdona nuestra infidelidad. Y llámanos de nuevo a seguirte, para
que podamos dar testimonio de tu vida y de tu mensaje. Amén.
Contemplación: De nuevo contemplamos el sepulcro
vacío, mientras cantamos uno de los himnos pascuales: “Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda”. Por otra parte, admiramos la delicadeza de
Jesús que se acerca a las mujeres que le han seguido durante su vida y le han
sido fieles hasta la muerte y más allá de la muerte. Les comunica una gran
tarea: la de reunir a sus discípulos y recomenzar la vida de la comunidad con
los que han sido llamados por él.
Acción: Leemos con calma este relato
evangélico. Y nos preguntamos si nosotros no hemos colaborado alguna vez con
los intentos de neutralizar la fuerza de la resurrección del Señor.
José Román Flecha Andrés
José Román Flecha Andrés