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ardiente espíritu de ISIDORO
Isidoro debió de nacer en torno al año 560 en
Cartagena. Pero en Sevilla transcurrió
su infancia y su juventud. Y de esta ciudad llegaría a ser obispo, a la muerte
de su hermano Leandro, poco antes del año 602.
Desde Sevilla, la fama de Isidoro habría de
expandirse por todas partes. Al celo del buen pastor, unía un el deseo de legar
a las futuras generaciones lo mejor y más granado de la sabiduría antigua.
Isidoro lo intentó especialmente con las Etimologías.
Según él,
las leyes han de orientarse siempre al bien común. Si se limitan a proteger intereses privados
degeneran en “privilegios”. Al referirse
a Jesucristo, comenta los diversos nombres que le otorgan la Escritura y la
tradición.
San Isidoro escribió además Las Sentencias en tres libros. Recordemos, a modo de ejemplo, una de las
sentencias referidas a Cristo: "Quien deja el camino real, que es Cristo,
aunque vea la verdad, de lejos la ve; porque si no es por el camino no hay modo
de acercarse a ella. Y si caminando por el desierto tropieza con un león,
cúlpese a sí mismo, cuando se encuentre metido en las fauces del diablo".
Entre las sentencias morales, se puede escoger la
siguiente: "En toda obra buena son de temer el fraude y la desidia.
Cometemos fraude para Dios cuantas veces por alguna obra nuestra nos alabamos a
nosotros y no a Dios. Obramos con desidia cuantas veces practicamos con languidez
por pereza lo que a Dios toca".
San Isidoro amaba con delirio a su patria. Su
maravillosa "alabanza de España" no es el canto de cisne del Imperio
romano, sino la canción de cuna de un nuevo mundo y una nueva sociedad que él
soñaba y trataba de promover.
A Isidoro le había rasgado el alma la división del
pueblo godo. Saltó de alegría cuando Leandro, su hermano mayor, logró la unidad
en el Concilio III de Toledo. Isidoro rondaba por entonces los treinta años y
comprendió plenamente el significado de la oración pronunciada en aquella
ocasión por Recaredo. En sus ojos debió de brillar el fuego sagrado de la
unidad de España.
Isidoro murió cuatro días después de la
Pascua, el 4 de abril del año 636. Con
emoción no disimulada nos ha descrito sus últimos instantes el clérigo Redento.
Al año siguiente, los judíos toledanos abjuraban de su religión, precisamente
en la basílica de Santa Leocadia, la sede del Concilio IV de Toledo que él
había presidido.
Al comienzo
mismo de la edad moderna, el Dante, prototipo del hombre renacentista, canoniza
en la Divina comedia la labor isidoriana. En el
cuarto cielo, entre las doce lumbreras de doctores, presididos por Santo Tomás,
vio el poeta "fiammegiar l'ardente spiro d'Isidoro".
San
Isidoro, es un gigantesco educador de su pueblo. Sin poder sospecharlo, San
Isidoro es el forjador de la unidad cultural europea. Sus restos se veneran en
la Basílica que lleva su nombre en León. Su fiesta se celebra el 26 de abril.
José-Román Flecha Andrés