domingo, 20 de abril de 2014

CADA DÍA SU AFÁN - 26 de abril de 2014

eL ardiente espíritu de ISIDORO

Isidoro debió de nacer en torno al año 560 en Cartagena. Pero en Sevilla  transcurrió su infancia y su juventud. Y de esta ciudad llegaría a ser obispo, a la muerte de su hermano Leandro, poco antes del año 602.
Desde Sevilla, la fama de Isidoro habría de expandirse por todas partes. Al celo del buen pastor, unía un el deseo de legar a las futuras generaciones lo mejor y más granado de la sabiduría antigua. Isidoro lo intentó especialmente con las Etimologías
 Según él, las leyes han de orientarse siempre al bien común.  Si se limitan a proteger intereses privados degeneran en “privilegios”.  Al referirse a Jesucristo, comenta los diversos nombres que le otorgan la Escritura y la tradición.
San Isidoro escribió además Las Sentencias en tres libros.  Recordemos, a modo de ejemplo, una de las sentencias referidas a Cristo: "Quien deja el camino real, que es Cristo, aunque vea la verdad, de lejos la ve; porque si no es por el camino no hay modo de acercarse a ella. Y si caminando por el desierto tropieza con un león, cúlpese a sí mismo, cuando se encuentre metido en las fauces del diablo".
Entre las sentencias morales, se puede escoger la siguiente: "En toda obra buena son de temer el fraude y la desidia. Cometemos fraude para Dios cuantas veces por alguna obra nuestra nos alabamos a nosotros y no a Dios. Obramos con desidia cuantas veces practicamos con languidez por pereza lo que a Dios toca".
San Isidoro amaba con delirio a su patria. Su maravillosa "alabanza de España" no es el canto de cisne del Imperio romano, sino la canción de cuna de un nuevo mundo y una nueva sociedad que él soñaba y trataba de promover.  
A Isidoro le había rasgado el alma la división del pueblo godo. Saltó de alegría cuando Leandro, su hermano mayor, logró la unidad en el Concilio III de Toledo. Isidoro rondaba por entonces los treinta años y comprendió plenamente el significado de la oración pronunciada en aquella ocasión por Recaredo. En sus ojos debió de brillar el fuego sagrado de la unidad de España.  
Isidoro murió cuatro días después de la Pascua,  el 4 de abril del año 636. Con emoción no disimulada nos ha descrito sus últimos instantes el clérigo Redento. Al año siguiente, los judíos toledanos abjuraban de su religión, precisamente en la basílica de Santa Leocadia, la sede del Concilio IV de Toledo que él había presidido.
 Al comienzo mismo de la edad moderna, el Dante, prototipo del hombre renacentista, canoniza en la  Divina comedia la labor isidoriana. En el cuarto cielo, entre las doce lumbreras de doctores, presididos por Santo Tomás, vio el poeta "fiammegiar l'ardente spiro d'Isidoro".
  San Isidoro, es un gigantesco educador de su pueblo. Sin poder sospecharlo, San Isidoro es el forjador de la unidad cultural europea. Sus restos se veneran en la Basílica que lleva su nombre en León. Su fiesta se celebra el 26 de abril.
                                              José-Román Flecha Andrés