jueves, 10 de abril de 2014

CADA DÍA SU AFÁN - 12 de abril de 2014

EL CRUCIFIJO Y EL CRUCIFICADO

Durante la Semana Santa muchos signos cristianos recorren las calles de nuestras ciudades. Miles y miles de hermanos y cofrades “procesionan” día y noche, portando con devoción las imágenes más bellas de la Pasión del Señor.
Para algunos cofrades portar la imagen del Crucificado es un modo, tan privilegiado como respetable, de continuar una tradición familiar. Para otros, es una forma singular de apoyar y promover la cultura histórica de esta tierra. Para muchos de ellos, este gesto refleja lo más genuino de esa religiosidad popular que anticipa, prepara o prolonga las celebraciones litúrgicas de la pasión y muerte de Jesús. Y para otros muchos, es un testimonio sincero de su fe cristiana. Una fe que suplica. Una fe que agradece un favor recibido. Una fe que se testimonia con pasos ritmados y solemnes, marcados a veces por unos pies descalzos.
En mayor o menor medida, esos cuatro significados, y algunos más todavía, podrían también descubrirse en la mirada a otras imágenes que se encuentran en nuestras calles, en nuestras casas y en nuestras instituciones. ¿Quién tiene autoridad para determinar que la fe es sólo un sentimiento sin resonancias sociales? ¿Y quién la tiene para proscribir de la esfera social este único sentimiento, cuando nuestra sociedad acepta y promueve la manifestación pública de todos los demás sentimientos?
Pero la pregunta verdaderamente inevitable es si alguien puede tener una autoridad legítima para prohibir la presencia de los signos religiosos en una sociedad democrática y plural que se basa precisamente en el uso de la libertad, también de la libertad religiosa.
En su carta encíclica “La caridad en la verdad”, firmada el 29 de junio de 2009, Benedicto XVI escribió que “además del fanatismo religioso que impide el ejercicio del derecho a la libertad de religión en algunos ambientes, también la promoción programada de la indiferencia religiosa o del ateísmo práctico por parte de muchos países contrasta con las necesidades del desarrollo de los pueblos, sustrayéndoles bienes espirituales y humanos”.
Privar a la persona de la referencia a la trascendencia no sólo revela un abuso de poder, sino que significa mutilar al ser humano, privándole de una faceta esencial de su existencia.
Ignorar la relación entre sentimiento religioso y compromiso social es una ofensa para los creyentes pero implica un lamentable empobrecimiento para toda la sociedad.
El mismo Papa presentaba la expresión religiosa como un derecho humano. Y añadía: “La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo”.
Ante las manifestaciones de la Semana Santa en el corazón de muchas de nuestras ciudades volvemos nuestros ojos a la imagen dolorida de Jesús, el Crucificado, manifestamos nuestra fe y pedimos perdón, cómo Él hizo, por los que Le condenan, porque no saben lo que hacen.

                                                                              José-Román Flecha Andrés