EL MAGISTERIO DE FRANCISCO
A
la hora de recordar el magisterio del papa Francisco, hay que subrayar los tres
valores que, según él, nos acercan al mensaje evangélico y nos ayudan a
imaginarlo en un mundo marcado por la prisa y la frivolidad, que él solía
denunciar.
1.
El primero de esos valores es sin duda la misericordia, “el rostro de Dios”,
que no puede ser ignorado en una sociedad caracterizada por la
indiferencia.
La
misericordia de Dios fue el lema del año santo extraordinario que convocó. La
fe en la misericordia de Dios lo llevaba a comprender que “no todos pueden
darlo todo”, y a afirmar que la Iglesia está abierta a todos, especialmente los
pobres, y que todos estamos llamados a la “santidad de la puerta de al lado”.
2.
Un segundo valor ha sido el de la sinodalidad. Esa apertura a todos había de
ser entendida también al imaginar la vida de la Iglesia. El papa Francisco
entendía que en la Iglesia hay que estar dispuestos a escuchar todas las voces.
El
diálogo procuró llevarlo a los más olvidados y descartados de la sociedad. Su
viaje a la isla de Lampedusa fue un gesto profético inolvidable frente al drama
de la inmigración.
El
diálogo lo llevó a participar en la Conferencia
Mundial sobre la Fraternidad Humana, donde se reunió con el Gran Imán de
al-Azhar, Ahmed el-Tayeb.
Pero el
diálogo y el compromiso de la sinodalidad había de convertirse en un tema para
los sínodos y en una misión impostergable para toda la Iglesia católica.
3. El
tercer valor ha sido el de la esperanza, propuesta como lema para los
peregrinos del jubileo del año 2025. Aferrados al ancla de la cruz de
Jesucristo, han de caminar con firmeza en medio de las tormentas.
“La
esperanza no defrauda” ha repetido el papa Francisco, recordando a San Pablo.
Él ha pedido que los “signos de los tiempos” se conviertan en signos de
esperanza para la defensa de la vida, para la atención a los niños, a los
jóvenes y ancianos, a todos los descartados y especialmente a los presos, a los
que tantas veces visitó.
La
esperanza ha de impulsarnos a respetar la naturaleza, nuestra “casa común”, a
sentirnos y aceptarnos todos como hermanos. Así lo ha recordado en las dos
encíclicas que llevan por título palabras de san Francisco. La esperanza ha de
llevarnos a construir los puentes de la paz y la concordia.
No
debemos olvidar el mensaje que nos dirigió en su primera exhortación: “No es lo mismo haber conocido a Jesús que
no conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo
mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder
contemplarlo, adorarlo, descansar en él, que no poder hacerlo. No es lo mismo
tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia
razón”.
José-Román
Flecha Andrés