JUVENTUD Y HERMOSURA DEL MUNDO
La poesía clásica
dedicó muchos versos a la Concepción Inmaculada de María. El pueblo asistía a
los autos sacramentales, en los que se discutían las razones por las que Dios
preservó del primer pecado a la que habría de ser la madre de Jesús.
Algunos de nosotros
todavía recordamos la representación de “La Hidalga del Valle”, de Calderón de
la Barca, en la escalonada terraza sobre los pórticos de la Catedral de León.
La belleza del escenario
gótico y el encanto de aquella tarde-noche eran un marco espléndido para el
diálogo teológico que el auto sacramental iba desgranando ante quienes lo
seguían desde la Plaza de Regla.
La Culpa, la
Naturaleza y el Furor se afanaban en afirmar la difusión universal del pecado.
Entre ellos parecían entenderse bien, puesto que la Culpa y el Furor habían
doblegado a la Naturaleza y esta parecía sentirse cómoda en su esclavitud.
Después la Gracia, el Amor y la Música
proclamaban el misterio que se realizaba en la hija de Joaquín y Ana: “Pues
victoriosos nos vemos con el eterno blasón de esta pura Concepción, al cielo mil
gracias demos. Himnos en su loor cantemos por tal dicha y gloria tal. Esta Niña
celestial, de los cielos escogida, es la sola concebida sin pecado original”.
Y pronto la Niña
venía a enfrentarse al origen de la culpa: “El privilegio que traes tú misma,
es en esta causa contra ti; pues dice él mismo, con misteriosas palabras, que
habrá entre ti y la mujer disensiones y asechanzas, y que ella a poner vendrá
los pies sobre tu garganta; ya se ha cumplido, pues piso tu frente, sin que tu
rabia pueda atreverse a morderme, con ser víbora pisada, porque en este inmenso
valle de lágrimas soy la Hidalga”.
Han pasado muchos
años. En esta fiesta de la Inmaculada Concepción de María nosotros podemos intentar
buscar un rincón de silencio para hacer memoria del misterio, siguiendo el
soneto de Luis Rosales:
“Inmaculada tú,
Virgen María, cándido huerto, celestial princesa mirada por la luz de la
promesa, morena por el sol de la alegría. ¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía
de tu paso sencillo, qué sorpresa de vuelo arrepentido y nieve ilesa junta tus
manos en el alba fría?
¿Qué viento turba
el monte y le conmueve? Canta su gozo el alba desposada, calma su angustia el
mar antiguo y bueno; la Virgen a mirarle no se atreve, canta al Señor que llora
sobre el heno”.
Según Bernanos, María es la juventud y la hermosura del mundo. Es la Hidalga del Valle. Hoy como ayer, la poesía es grito y plegaría, revelación y protesta, contemplación y esperanza.
José-Román Flecha Andrés
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