UN CÁNTICO EN AIN KAREM
Los peregrinos que viajan a la Tierra
Santa, suelen acercarse un día hasta Ain Karem, que significa la Fuente del
Viñedo. Hay que respirar bien para subir la cuestecilla y visitar la iglesia
que recuerda la visita de María a su pariente Isabel.
Al bajar de la ladera, es preciso
entrar en el santuario que se encuentra allá en el valle. Fue propiedad del
reino de España hasta que fue cedido a la Santa Sede el año 1980. Los azulejos de
Manises que lo adornan fueron llevados hasta allí en tiempos de la reina Isabel
II.
En ellos leemos el cántico de Zacarías,
un judío piadoso y justo, que servía como sacerdote en el templo de Jerusalén.
Su nombre significa “Yahvéh se ha acordado”. Y, en verdad, es un nombre muy
apropiado.
Él nunca olvidaría aquel día. Eran como las tres de la tarde cuando entró en
el santuario, tomó el incienso de una escudilla, lo puso sobre los carbones encendidos
y realizó la incensación.
De pronto descubrió la presencia del
ángel del Señor que le anunciaba algo imposible: “Tu mujer, te dará un hijo al
que pondrás por nombre Juan”. Aquel nombre de Yohanan significaba “Yahvéh ha
concedido gracia”. Un buen motivo de reflexión para aquel sacerdote, mientras
regresaba a su aldea.
La tradición y la lápida que se
encuentra en el templo de Ain Karem dicen que allí nació el Precursor del
Señor. Pues bien, a los ocho días de su nacimiento, había que circuncidar al
niño, según lo prescrito por la Ley.
Isabel, su madre, había ya comprendido
que había de llamarse Juan. Pero los parientes pretendían a toda costa
imponerle el nombre de su padre, tal vez para iniciarlo en su misma misión.
Pero aquel niño era la gran sorpresa de un Dios que rompe los esquemas.
Zacarías pidió una tablilla encerada y
escribió con el punzón: “Juan es su nombre”. Tal decisión no era fruto de un
capricho personal. Era el cumplimiento de un encargo divino. Era la fe de un
creyente que aceptaba la intervención de Dios en su historia.
Zacarías tenía motivos para exclamar:
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su
pueblo”. Allí está el canto, en los
azulejos de Manises que adornan el templo de Ain Karem.
Aquel niño, nacido por la misericordia
de Dios, sería su profeta e iría delante del Señor para preparar sus caminos. Zacarías
recordaba el resplandor del ángel en el claroscuro del santuario y lo evocaba ante
sus vecinos: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el
sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra
de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.
Juan el Bautista sería reconocido un día como “el hijo de Zacarías”. La fuerza profética de aquel hijo parecía evocar la intuición profética de su padre y la alegría de su madre.
José-Román Flecha Andrés