lunes, 29 de abril de 2024

CADA DÍA SU AFÁN 4 de mayo de 2024

 

 

  

 

EL PRISIONERO Y EL BALLESTERO

 

La tradición nos ha ido transmitiendo a lo largo de los siglos el anónimo romance del prisionero. Un poema que parece evocar misterios de soledad y de fracaso. De hecho, se abre con un “que”, como para introducirnos de golpe en los retazos de la memoria de algún encarcelado: “Que por mayo era por mayo”.

Han pasado los fríos del invierno y la primavera se viste de esperanza. El mes de mayo se convierte en la metáfora de la paz, de la alegría, del resurgir de la vida y del embeleso del amor. Los vegetales que reverdecen, los pájaros que cantan, trinan o zurean y los humanos que sirven al amor sin servirse de él. Todos entonan su sinfonía de gozosa novedad: “Que por mayo era por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor”.

Sin embargo, el juego de los sentidos corporales le ha quedado fatalmente restringido al rincón de los recuerdos. Ese espectáculo de luz y sonido parece que solo puede ser evocado por la memoria. Quien recuerda y sueña yace prisionero en una mazmorra a la que ni siquiera llega un rayo de luz. Todos gozan, “sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión”. Nuestros mayores bien sabían qué significa ser un “cuitado”, aplastado por sus penas de modo que apenas se atreve a decir que vive. 

    Su aislamiento no permite al prisionero saber “cuándo es de día ni cuándo las noches son”.  Pero si a la mazmorra no llega un rayo de luz, llega por milagro el canto de un pajarito nombrado con agradecido afecto: “sino por una avecilla, que me cantaba al albor”. Mientras el prisionero adivina el lento discurrir del tiempo, el lector se esfuerza en imaginar la miseria del lugar.

Pero una mañana cualquiera, a la oscuridad acompaña tan solo el silencio. Y a la vida del encadenado, la muerte provocada por el cazador. El prisionero ya no vuelve a oír el canto de la avecilla que para él anunciaba la alborada, que no el atardecer. “Matómela un ballestero; ¡déle Dios mal galardón!”.

Eso es todo, al parecer. Pero la parábola persiste. Alguien ha supuesto que el romance fue creado por un hombre libre que pretendía hacerse eco y denuncia del drama de la libertad encadenada. El romance sería para siempre un grito desgarrado.

Hoy la ballesta del cazador es sustituida por drones y misiles. En romances de protesta, ha de resonar el lamento de tantas víctimas que gimen por una libertad asesinada. Y el ruego a Dios para que a la misericordia acompañe el galardón de la justicia.

                                                                José-Román Flecha Andrés