EL PRISIONERO Y EL
BALLESTERO La tradición nos ha
ido transmitiendo a lo largo de los siglos el anónimo romance del prisionero.
Un poema que parece evocar misterios de soledad y de fracaso. De hecho, se
abre con un “que”, como para introducirnos de golpe en los retazos de la
memoria de algún encarcelado: “Que por mayo era por
mayo”. Han pasado los fríos del
invierno y la primavera se viste de esperanza. El mes de mayo se convierte en
la metáfora de la paz, de la alegría, del resurgir de la vida y del embeleso
del amor. Los vegetales que reverdecen, los pájaros que cantan, trinan o
zurean y los humanos que sirven al amor sin servirse de él. Todos entonan su
sinfonía de gozosa novedad: “Que por mayo era por
mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos
en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los
enamorados van a servir al amor”. Sin embargo, el juego
de los sentidos corporales le ha quedado fatalmente restringido al rincón de
los recuerdos. Ese espectáculo de luz y sonido parece que solo puede ser evocado
por la memoria. Quien recuerda y sueña yace prisionero en una mazmorra a la
que ni siquiera llega un rayo de luz. Todos gozan, “sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta
prisión”. Nuestros mayores bien sabían qué significa ser un “cuitado”,
aplastado por sus penas de modo que apenas se atreve a decir que vive. Su aislamiento no
permite al prisionero saber “cuándo es de día ni cuándo las noches son”. Pero si a la mazmorra no llega un rayo de
luz, llega por milagro el canto de un pajarito nombrado con agradecido afecto:
“sino por una avecilla, que me cantaba al albor”. Mientras el prisionero
adivina el lento discurrir del tiempo, el lector se esfuerza en imaginar la
miseria del lugar. Pero una mañana cualquiera, a la oscuridad
acompaña tan solo el silencio. Y a la vida del encadenado, la muerte provocada
por el cazador. El prisionero ya no vuelve a oír el canto de la avecilla que para
él anunciaba la alborada, que no el atardecer. “Matómela un ballestero; ¡déle
Dios mal galardón!”. Eso es todo, al parecer. Pero
la parábola persiste. Alguien ha supuesto que el romance fue creado por un
hombre libre que pretendía hacerse eco y denuncia del drama de la libertad
encadenada. El romance sería para siempre un grito desgarrado. Hoy la ballesta del cazador es
sustituida por drones y misiles. En romances de protesta, ha de resonar el
lamento de tantas víctimas que gimen por una libertad asesinada. Y el ruego a
Dios para que a la misericordia acompañe el galardón de la justicia. José-Román Flecha Andrés |