EL BAUTISMO DE JESÚS
“Así dice el
Señor: Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre
él he puesto mi espíritu para que traiga el derecho a las naciones” (Is 42,1).
Muchos en Israel
esperaban un Mesías guerrero y triunfante, que sería la gloria de su pueblo
(Sal 2,9). Con frecuencia se olvidaba que había sido anunciado también como un
siervo que recibía el Espíritu de Dios para traer la justicia a todos los
pueblos de la tierra.
El salmo
responsorial invita a todos los hijos de Dios a aclamar la gloria del nombre
del Señor, cuya voz resuena en toda la creación (Sal 28).
En el discurso que Pedro pronuncia en la casa del centurión Cornelio recuerda el tiempo en que Juan predicaba el bautismo. Y evoca sobre todo la figura y la misión de Jesús, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (Hch 10,34-38).
EL AGUA Y EL ESPÍRITU
En el texto evangélico de Marcos, que se
proclama en esta fiesta del Bautismo de Jesús,
se contraponen la misión de Juan Bautista y la de Jesús de Nazaret (Mc
1,7-11).
• “Detrás de mí viene el que puede más
que yo”. Juan anuncia con decisión al que ha de venir detrás de él. Será
reconocido por la autoridad que Dios le ha conferido.
• “Yo no merezco ni agacharme para
desatarle las sandalias”. Por su parte, Juan ni siquiera se considera a sí
mismo digno de ofrecer al poderoso el servicio de un esclavo.
• “Yo os he bautizado con agua”. El
Bautista reconoce que él no trae la salvación que su pueblo espera. No es poco
el bautismo con agua que significa la conversión, pero eso es todo.
• “Él os bautizará con Espíritu Santo”. Sin embargo, el que viene detrás de Juan llegará movido por el Espíritu de Dios y a su vez moverá a las gentes con el vendaval de Dios.
EL SIERVO Y EL REY
El paso del Jordán había significado
para los hebreos, guiados por Josué, la llegada a la libertad. Y el baño en el
Jordán había curado a Naamán de su lepra. Ahora, al ser bautizado por Juan en
el Jordán, Jesús ve que los cielos se rasgan y ve al Espíritu, que baja sobre
él como la paloma que descubrió la tierra tras del diluvio, mientras oye una
voz celestial:
• “Tú eres mi hijo amado, en ti me
complazco”. Ese oráculo divino identifica a Jesús con el misterioso Siervo de
Dios, al que se refieren los cantos que se hallan en el libro de Isaías (Is
42,1). Jesús es el elegido y el enviado por Dios. Él es el esperado, que ha de
redimir a su pueblo con la entrega de su propia vida.
• “Tú eres mi hijo amado, en ti me
complazco”. La voz celestial identifica también a Jesús con el rey davídico,
que era reconocido en los salmos como hijo de Dios (Sal 2,7; 89,27-28). Él ha de anunciar muy pronto la llegada del
reino de Dios y exhortar a las gentes a convertirse y a creer en el Evangelio (Mc 1,15).
- Señor Jesús, bautizado por Juan en las
aguas del Jordán, te reconocemos como la luz que ilumina nuestro camino.
Nuestra fe te acoge y te confiesa como el Salvador y el Mesías enviado por
Dios. El que se ha revelado como tu Padre, nos recibe también a nosotros como
hijos. Agradecemos nuestra liberación del pecado en las aguas del bautismo y
queremos seguirte con fidelidad. Te alabamos, Señor, y te damos gracias. Amén.