RECUERDO Y PROYECTO
Con motivo del
paso de un año a otro, podemos imaginar ese trípode que representa las
relaciones que configuran nuestra identidad. Lo mencionaba Martin Buber en su
libro “Yo Tú” y también el Concilio Vaticano II (GS 13).
• En primer
lugar, reflexionamos sobre nuestra relación con “lo otro”. Con frecuencia
pasamos de largo ante la belleza de la creación o la maltratamos. A veces
nuestra mirada y nuestros gestos reflejan la codicia con que ansiamos las cosas
o los bienes de este mundo.
Pero ha de
llegar un tiempo adecuado para descubrir el valor de lo creado y afirmar
nuestro propio valor. Estamos llamados a ejercer un señorío creador sobre la
naturaleza y sobre las obras o los productos de nuestras manos. No podemos
permitir que las cosas nos acosen.
• Después,
evocamos nuestra relación con “los otros”. Nadie puede llegar a realizarse a
solas. Se equivoca quien pregona que se ha hecho a sí mismo. Según el célebre
poema de John Donne, “nadie es una isla sola en sí misma. Cada persona es parte
de un continente”. Necesitamos a los demás y necesitamos ser necesitados.
Tendremos que
preguntarnos si alguna vez hemos tratado de abusar de los demás, si hemos
ignorado su presencia o sus carencias. Tan nefasta como el odio es la indiferencia.
No podemos esclavizar a nuestros semejantes ni convertirnos en esclavos de
alguien. El ideal de esta relación es la fraternidad.
• Y finalmente
nos preguntamos sobre nuestra relación con “el Absolutamente Otro”. La obra de arte se debe a un artista. Y los
grandes valores de la verdad, la bondad y la belleza reclaman la existencia y
la acción de un manantial trascendente y personal. Redescubrimos nuestra
dignidad de criaturas al reconocer al Creador.
Tarde o temprano
ha de llegar el momento de aceptar a Dios y repetir con san Agustín: “¡Tarde te
amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!... Tú estabas conmigo, pero
yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si
no existieran en ti, serían algo inexistente” (Conf, X,27). La vivencia de esta relación es la filialidad.
Hay quienes
niegan esta relación o reniegan del “Absoluto”.
Otros niegan un respeto a “lo otro” o no reconocen la dignidad que se
merecen “los otros”. Sin embargo, nuestra indiferencia o nuestra negación no
implican la no existencia de la naturaleza, de las personas o de Dios.
El paso de un
año al otro es una buena ocasión para vivir el recuerdo y actualizar el
proyecto de la vida. Reconocer el valor de estas relaciones y de las virtudes
que conllevan es la clave de nuestra realización y la base de una vida
comunitaria en la que se pueda realizar esa felicidad que nos deseamos al
principio de cada año.