CANDELAS PARA LA ESPERANZA
El segundo día de febrero celebramos la
Presentación de Jesús en el templo de Jerusalén y la Purificación de María. La
tradición llama a esta fiesta “el día de las candelas” y le dedica versos populares
llenos de ingenuidad y ternura, como estos recogidos en Fuenteguinaldo
(Salamanca):
“Candelaria, Candelaria, el segundo de
febrero salió a misa de parida María, Madre del Verbo. No lo hace esta señora
porque lo mande el precepto, pues solamente lo hace para dar al mundo ejemplo
(…) La Virgen, como era pobre, dos palomitas llevó, que se usaba en aquel
tiempo ofrecerlas al Señor (…) La Virgen, como era pobre, no le ofreció a Dios
cordero, que le ofreció dos palomas como reza el Evangelio”.
En esta fiesta, por un lado proclamamos
que Cristo es la luz de este mundo. Y, por otro, nos exhortamos a comportarnos
en la Iglesia y en la sociedad de forma luminosa. Un anuncio y una demanda: eso
significan y exigen los cirios que iluminan esta fiesta.
“Ninguno de nosotros ponga obstáculos a
esta luz y se resigne a permanecer en la noche”. Así lo deseaba san Sofronio,
patriarca de Jerusalén, allá por el siglo VII. Y así quisieron expresarlo los
artistas que han tratado de plasmar aquel acontecimiento y las actitudes de sus
protagonistas.
Así lo reflejó el Giotto en la basílica
inferior de Asís y Fra Angélico en el convento de San Marcos, de Florencia. En
el museo del Prado se conserva la Presentación de Jesús en el Templo, obra de
Giovanni Bellini.
También Murillo nos dejó una
representación de esta escena que se conserva en L’Ermitage, de San
Petersburgo. Y en época reciente Marco I. Rupnik la ha plasmado en un mosaico
para la capilla Redemptoris Mater en el Palacio Apostólico Vaticano.
En todas estas obras de arte sobresale
la figura oferente de María. Como tal la canta el poema de Rufino María Grández:
“La Virgen oferente acerca con sus manos al Cordero; ¡oh víctima y presente que
colma el orbe entero, primicia del rescate verdadero!”.
Todo
es “evangelio”. Todo es noticia de salvación. Jesús es consagrado a Dios desde
su nacimiento. Su presentación en el templo de Jerusalén es ya la revelación y
el anticipo de su consagración a Dios.
Con gusto recordamos la entrega de
Simeón, evocada en los versos de Lope de Vega: “Ahora sí que puedo partirme en
paz de aquesta mortal vida, pues ya contento quedo, que antes de mi partida fue
tu palabra, gran Señor, cumplida”. Y contemplamos a Ana, que alaba a Dios y
habla a todos de este Niño que llega al templo.
Simeón y Ana nos enseñan a ser profetas del misterio y pregoneros de la presencia de Jesucristo que llega silencioso como “luz para alumbrar a las naciones” por caminos de paz y de justicia. Las candelas indican que aún es posible la esperanza.
José-Román Flecha Andrés