MADRE DE DIOS
El
primer día de enero comienza el nuevo año civil. En este día la liturgia recoge
la bendición que Dios “dictaba” a Aarón para que se convirtiera en fórmula
sagrada: “El Señor te bendiga y te
proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en
ti y te conceda la paz”.
Los
anhelos humanos y la resonancia bíblica sugirieron a san Pablo VI la idea de
fijar en este día la Jornada Mundial de la Paz. Los ojos de los creyentes están
todavía fascinados por el canto de los ángeles que proclamaban la gloria de
Dios y la paz para los hombres amados por Él.
Por eso se vuelven agradecidos hacia el Salvador: “Es esta una ocasión propicia para renovar la adoración al recién nacido Príncipe de la paz, para escuchar de nuevo el jubiloso anuncio de los ángeles (cf. Lc 2,14), para implorar de Dios por medio de la Reina de la paz, el don supremo de la paz”.
NACIDO DE UNA MUJER
A
los ocho días de la solemnidad del Nacimiento de Jesús la Iglesia vuelve sus
ojos hacia su Salvador. Y lo encuentra en brazos de María, como lo encontraron
en otro tiempo los pastores que custodiaban sus rebaños en las cercanías de
Belén.
De
María se dice en el evangelio que “conservaba todas estas cosas, meditándolas
en su corazón”. La Madre de Jesús es su primera discípula. La Virgen Madre se
convierte en prototipo de toda la Iglesia. Es también el modelo de todos
aquellos a los que Jesús llamará dichosos por escuchar y poner en práctica la
palabra de Dios (cf. Lc 11,28).
Las
palabras de Pablo adquieren hoy una resonancia especial: “Cuando se cumplió el
tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por
adopción” (Gál 4,4-5). La liberación aportada por el Hijo de Dios se hace
posible gracias a la cooperación de la que le ha dado la vida. ¿Cómo no volver
agradecidos la mirada a la que es la Madre del Redentor?
En este día, además, recordamos que al Hijo de Dios se le impone el nombre de Jesús, en el que se contiene ya la afirmación gozosa de que “Dios es salvación”. María participa plenamente de esa salvación, nos la hace visible, cercana y amable.
MADRE DE DIOS
En
la catacumba romana de Priscila se encuentra la primera representación de
María, que mantiene entre sus brazos al Niño Jesús. Los padres del Concilio de Éfeso la habían
proclamado con el título de Theotókos: la
Madre de Dios. Evidentemente no la invocaban como “madre de la divinidad”,
increada y eterna, sino como “madre del
Verbo encarnado” en el tiempo y en la historia humana.
A
ella se dirige la oración de la Iglesia, con el amor que se debe a la madre
humana y con la confianza que se deposita en la Madre de Jesús, Hijo de Dios. A
ella se dirige nuestra oración.
•
“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”. Alcánzanos el don
de la fe para que lleguemos a descubrir en Jesús al único Salvador de la causa
humana y para que lo adoremos con la devoción de los pastores de Belén.
•
“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”. Mantén el ritmo de
nuestra espera y el tono filial de nuestra esperanza para que podamos hacer del
seguimiento de Jesús el motivo de nuestras opciones más hondas.
•
“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”. Implora para
nosotros el regalo del amor que te llevó a acoger a tu hijo y te convierte para
siempre en modelo e icono de la Iglesia, llamada a dar testimonio de la
fraternidad universal.
- “Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida”. Amén.
José-Román Flecha Andrés