LA PANDEMIA DE LA SOLEDAD
1. Parece que no viene a cuento. Pero,
como en un susurro, temerosos de suscitar críticas o burlas, nos confiesan que
ya no saben lo que es un parque o un jardín.
Son muchas las personas que nos dicen
que no aciertan a entender lo que les pasa. No se sienten bien, pero no son
capaces de explicar lo que sienten y lo que ya han dejado de sentir.
Es evidente que hay algo inesperado que
ha llegado a cambiar su forma de ver la vida y su diaria peripecia.
2. Son los amigos que han muerto, a los que no hemos podido despedir. Y
los otros amigos que se han sentido olvidados y han dejado de llamarnos y
escribirnos.
Los familiares a los que no hemos podido
visitar y los abrazos que ya nunca podremos dar y recibir.
El aislamiento amedrentado ante un
contagio siempre posible y casi siempre inexplicable.
El insistente y machacón goteo cotidiano
de estadísticas sobre fallecidos y contagiados.
La crónica mil veces repetida de lo que
están haciendo allá en otro país y lo que se niegan a hacer nuestros vecinos de
al lado.
La sensación de ser manipulados por políticos
que aprovechaban nuestro silencio para legalizar injusticias e impudores.
El espectáculo de los grandes negocios,
más o menos subterráneos, que iban surgiendo por todas partes, gracias a la
crisis.
Las confusas informaciones y las
interminables preguntas sobre las vacunas y su origen, sobre sus ventajas y sus
riesgos, sobre su distribución y su almacenamiento.
La escandalosa discriminación de la fe
de los creyentes, que veían cada día convertida en un delito la práctica de la
religión.
Las dificultades que hacían imposible el
acudir a una consulta médica, apenas accesible por vía telefónica.
El ansia de calcular en horas y en minutos
las posibilidades de disfrutar de la noche y de la playa, del deporte y del
paseo.
No es extraño que muchas personas se
hayan sentido como perdidas en medio del desierto. O como navegantes a la
deriva, sorprendidos por la tempestad en medio de una mar embravecida.
Y, sobre todo, ese ahogo impertinente,
producido por una extraña sensación que se parece a la náusea y al triste desamparo.
3. O tal vez la raíz de todas las
angustias podría llamarse simplemente “soledad”.
La soledad no es solo una consecuencia
de la pandemia. Se ha convertido en una nueva y temerosa pandemia que ha
modificado usos y costumbres, opiniones y creencias, proyectos y alianzas.
Durante meses y más meses hemos podido
ir comprobando que la soledad y el miedo
se han unido en criminal complicidad.
Tan solo en las grandes guerras estuvo
tan en riesgo la esperanza. La pequeña niña esperanza que camina a trompicones
agarrada de la mano de sus dos hermanas mayores, la fe y la caridad. Hace un
siglo Charles Péguy vivía angustias y soledades que solo ella podía suavizar.
Su poesía había de convertirse en profecía.