EL ESPÍRITU
“Recibid
el Espíritu Santo”
(Jn 20,22)
Señor Jesús, siempre me ha llamado la
atención la frecuencia con la que tú anunciabas a tus discípulos el envío del
Espíritu Santo. Lo presentabas una y otra vez como el abogado y el defensor, el
intercesor o tal vez el intérprete de tu palabra.
Al leer esos textos evangélicos, he
creído descubrir un signo de tu humildad y aun de tu frustración. Parece que tú
fueras consciente de no haber sido comprendido y que confiabas al Espíritu el poder de iluminar las
mentes de tus discípulos.
Si el Espíritu estaba presente en la
nueva creación, era de esperar que su viento y su luz llegasen a generar una
nueva vida en aquellos que te habían seguido con la esperanza de conseguir
puestos importantes en el reino que tú debías restaurar.
Yo creo que en este tiempo nuestro la
Iglesia se encuentra en una situación parecida a aquella. Los que no la conocen
bien suelen esperar de ella intervenciones espectaculares que puedan cambiar de una vez la faz de la tierra.
Por otra parte, los que deberíamos
conocerla bien, con frecuencia pretendemos utilizar su ayuda para ganar un
ministerio de relevancia en el seno de la comunidad y también un puesto de un
cierto prestigio en la misma sociedad
secular.
Ni unos ni otros parecemos desear de
verdad que tú envíes sobre nosotros el viento de tu Espíritu. Con todo, él es
el verdadero don de Dios. Él puede entregar al mundo todos los bienes que
necesita para superar las divisiones y crear la armonía.
Señor, yo sé que no tengo derecho para
juzgar a nadie. Sobre todo, porque en muchas ocasiones yo mismo he pensado que
mi ingenio o mi creatividad podían renovar mi vida y la vida de todos los que
me rodean.
Sin embargo, tú nos dices también en este tiempo: “Recibid el Espíritu Santo”. Quiero creer que esas palabras las destinas también a mí. No he sido elegido para ser creativo, sino para ser un buen receptor de tu Espíritu. Que así sea.
José-Román
Flecha Andrés