EL
GALGO Y LA LIEBRE
“Seguís al Señor sin cruz? Pues no vais
tras él”. Así interpelaba san Juan de Ávila a los fieles que escuchaban aquel
sermón que predicó un miércoles de la semana de Pasión. Una interpelación que podría
ser muy actual en nuestros días, en que nos inventamos una fe cristiana
bastante cómoda y apoltronada.
El santo Maestro Ávila, apoyaba su
discurso en los textos evangélicos que se refieren a todas aquellas gentes que
buscaban a Jesús, pretendiendo alcanzar de él tanto el pan como la salud:
“Muchos se venían cuando predicaba en
los montes, en el campo y en los templos, y de cuantos le siguieron entonces no
hubo uno que le ayudase a llevar la cruz. La cruz dice el Señor que le ayudéis
a llevar. Ni por dineros, ni por ruegos, nunca hallaron quien le ayudase a
llevar la cruz, sino por fuerza hicieron
a Simón Cirineo que se la ayudase a llevar”.
Como sabemos, los textos del Nuevo
Testamento sugieren que aquel trabajo de Simón no quedó sin recompensa. Por
algo se anota que era el padre de Alejandro y de Rufo. Se ve que en las primeras
comunidades, estos hijos de aquel hombre procedente del norte de África habían
encontrado un hogar espiritual.
Pero saltando a su tiempo y a las gentes
del siglo XVI, Juan de Ávila descubría unas tendencias que son tan universales
que trascienden las fronteras del tiempo y del espacio. Las personas nos
parecemos unas a otras mucho más de lo que pretendemos demostrar. Seguir a
Jesús en las horas de dificultad no suele ser muy apetecible para quien solo
sueña con las comodidades que puede ofrecer la vida:
“En los placeres, en las amistades, en
las misericordias, todos le siguen, todos confían en su misericordia, y no hay
ninguno que le ayude a llevar la cruz. No hay quien pueda sufrir que le quiten
lo que algo le duele. No hay quien sufra a su prójimo con paciencia. No hay
quien se aparte del mal por Jesucristo y le ayude a llevar la cruz”.
Por si no quedaba claro su pensamiento,
el Maestro Ávila apelaba a una curiosa imagen que debía de ser muy conocida por
muchos de sus oyentes:
“¡Oh! Mal galgo que siguió a la liebre
por el llano, y porque se le entró por unas espinas deja la liebre y vuélvese
sin ella. De esa manera seguís a Jesucristo. Seguís sus pisadas por llano;
amáis sus misericordias, os holgáis con los consuelos; y porque se os mete por
las espinas, dejáis a Jesucristo… No, así no”.
Mal colaborador tiene el cazador si ve
que su galgo no se arriesga a perseguir a la liebre por temor a salir con algún
rasguño. Malos creyentes somos nosotros si solo nos acercamos al Señor cuando la
vida nos sonríe.
Seguir a Jesucristo hasta la cruz es el
estilo y el desafío que nos han dejado todos los mártires que nos han precedido
en los siglos pasados y en los tiempos más recientes, aun en nuestras propias
familias.