UN GRAN PROYECTO DE PAZ
En su mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz de este año 2019, el papa Francisco se ha referido a la celebración de los
setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue
adoptada por la Organización de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948.
Como es posible observar, en los últimos
tiempos se van añadiendo algunos derechos que no se encontraban en la
Declaración, mientras que se olvidan otros como el derecho a la libertad
religiosa. Sin formular una crítica al respecto, el Papa recuerda una
observación que san Juan XXIII nos dejó en su encíclica “Pacem in terris”:
«Cuando en un hombre surge la conciencia de
los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias
obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos tiene
asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los
demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos».
Pues bien, el papa Francisco añade que es
importante tener en cuenta que, por una parte, la paz nace de la
responsabilidad compartida y, por otra, es un auténtico desafío que exige la conversión
del corazón y del alma. Abriéndose a un panorama integral, el Papa señala tres dimensiones que configuran esta paz interior y comunitaria:
— la paz con nosotros mismos, que requiere
un esfuerzo para rechazar algunas actitudes como la intransigencia, la ira, la
impaciencia, y para procurar tener un
poco de dulzura consigo mismo, y para ofrecer también un poco de dulzura a los
demás;
— la paz con los otros, que pueden ser los
familiares y los amigos, pero también los extranjeros, los pobres y todos los
que sufren. El encuentro con ellos y la decisión de escucharlos en un diálogo
sincero siempre nos aportará la riqueza de un mensaje;
— la paz con la creación, que nos lleva a
redescubrir y admirar la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad
que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del mundo, como ciudadanos
de la tierra y artífices del futuro.
Por último, el Papa reconoce que la
política de la paz, cuando logra superar los vicios y las tentaciones
habituales, conoce bien las dificultades que comporta y se hace cargo de las
fragilidades humanas. Por eso, el proyecto integral de diseñar y hacer la paz
requiere una sincera actitud religiosa.
Concretando esta conciencia al ámbito
cristiano, subraya él que en el cántico de María se anuncia ese mundo nuevo en
el que Dios interviene para dispersar a los soberbios de corazón, derribar del
trono a los poderosos y enaltecer a los humildes. Así pues, el reino de la paz
es en realidad el reino de la misericordia.