Durante el año 2018 se han repetido por todas partes los
comentarios y las celebraciones en recuerdo del final de la Primera Guerra
Mundial. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del día 1 de enero de
2019, el papa Francisco ha mencionado a
los jóvenes caídos durante aquellos combates y a las poblaciones civiles
devastadas.
La experiencia y la memoria de la guerra nos enseñan que
“la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo”.
Sin embargo, parece evidente que en muchos lugares de la tierra se vive hoy en
aquel clima del miedo al que ya aludía el papa san Juan Pablo II en su primera
encíclica Redemptor hominis.
Pues bien, en esta ocasión, el papa Francisco escribe que “mantener al otro bajo
amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad”. La
amenaza puede y suele ir más allá de los límites que podrían mantenerla bajo
control. Según él, “el incremento de la intimidación, así como la proliferación
incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la búsqueda de una
verdadera concordia”.
El miedo es siempre un mal consejero. Y sugiere
decisiones desesperadas. “El terror ejercido sobre las personas más vulnerables
contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de una tierra de paz. No
son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los
migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza”.
Es preciso cambiar nuestra mentalidad y aprender un nuevo
modo de relacionarnos. De hecho, “la paz se basa en el respeto de cada persona,
independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común,
de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por
las generaciones pasadas”.
En este contexto, el Papa dirige su pensamiento a los niños que viven en las zonas de
conflicto. No deberíamos olvidar que “uno
de cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de sus
consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado o rehén de
grupos armados”. Es un dato que con frecuencia es silenciado.
En consecuencia, una buena política nacional e internacional
ha de tener en cuenta el fenómeno del miedo y de la amenaza, así como el drama
de la emigración. Y no olvidar la tragedia de las vidas de los niños que son
destrozadas por quienes se empecinan en continuar alimentando los
conflictos armados y las guerras.
Si la guerra estalla muchas veces por la imprevisión de
algunos o la altanería y la ambición de otros, la paz es tarea de todos. Nadie
puede ignorar sus causas ni sus dramáticas consecuencias. Si ya nos hemos
olvidado de los tiempos de la guerra fría, no deberíamos ignorar los peligros a
los que nos conduce la estrategia del miedo.