DERECHOS HUMANOS
Y FE CRISTIANA
El día 10 de diciembre se han cumplido setenta años
de la Declaración de los Derechos Humanos por parte de la Asamblea General de
las Naciones Unidas.
Ya Pablo VI consideraba esa Declaración como “uno de
los más hermosos timbres de gloria de las Naciones Unidas”. Más recientemente,
en su encíclica Laudato si’ sobre el cuidado
de la casa común, el papa Francisco pide una mayor atención a los derechos
de los pueblos y de las culturas (LS 144).
La
experiencia diaria nos dice que violar los derechos humanos significa poner
barreras al nacimiento y desarrollo de la vida humana, destruir el medio
ambiente, cultivar el odio entre las personas y la insolidaridad entre los
pueblos, desencadenar contiendas y depuraciones étnicas, preparar emigrantes
para hoy y refugiados para el día de mañana, aumentar la xenofobia, cerrar
nuestras fronteras a otros pueblos y encender el fuego de mil reivindicaciones
extremistas. En un mundo marcado por el signo del pluralismo, la negación de
los derechos humanos implica hacer una profesión de intolerancia.
No
se deberia olvidar que la Declaracion incluía también el derecho a la libertad
religiosa, pero vemos con dolor y vergüenza que en muchas partes del mundo a los
cristianos se les impide profesar públicamente su fe.
Muchos
cristianos son objeto de discriminaciones que llegan a la destrucción de sus
casas, escuelas, templos y cementerios y
aun al martirio. Se les propone sin pudor alguno renegar de su fe si es que
pretenden conseguir un trabajo digno o
un subsidio social. En muchos lugares, se les imponen medidas administrativas
para dificultarles organizarse y actuar según los principios de su religión.
Incluso
en los paises de larga tradicion cristiana, se promulgan normas que impiden la
objeción de conciencia y se despenalizan las burlas a los misterios de la fe y
a los símbolos religiosos.
Para
la fe cristiana, es fundamental la afirmación bíblica de la creación del hombre
por parte de Dios. Creado a imagen y semejanza de Dios, el ser humano aparece a
los ojos del creyente como revestido de la máxima dignidad y acreedor del más
alto respeto, con independencia de las condiciones adjetivales de tiempo y
lugar, sexo o raza, posición social o afiliación política.
Esa
honda verdad del ser humano evidencia sus valores, propugna sus derechos y reclama el cumplimiento de sus deberes frente
a los demás.
A
la luz del Concilio Vaticano II, la Iglesia propugna la dignidad y libertad de
la conciencia moral de cada persona, al tiempo que trata de defender el derecho
a la fe de los reduccionismos habituales que la amenazan. En este sentido se
articulan tanto el discurso cristiano sobre el ecumenismo como la pretensión
cristiana de la tolerancia en un mundo plural.
José-Román
Flecha Andrés