martes, 24 de abril de 2018

CADA DÍA SU AFÁN 28 de abril de 2018

PABLO VI Y EL TRABAJO
Han pasado cincuenta años. El día primero de mayo de 1968, fiesta de San José Obrero, Pablo VI dedicaba su catequesis de los miércoles  a reflexionar sobre el trabajo.  Comenzaba afirmando que el pensamiento cristiano considera al trabajo como expresión de las facultades humanas, que imprimen a la obra material el signo de la persona humana.
El trabajo refleja las facultades físicas, morales y espirituales de la persona. Señala la estatura de su desarrollo. Y obedece al proyecto original del Dios creador,  que quiso que el hombre fuera explorador, conquistador, dominador de la tierra, de sus tesoros, de su energía y de sus secretos.  
Por tanto, en sí mismo el trabajo no es un castigo, un fracaso, un yugo de esclavos. Es la expresión de la natural necesidad del hombre de ejercitar sus fuerzas y de medirlas con las dificultades de las cosas, para ponerlas a su servicio. Por tanto, el trabajo es noble y es sagrado, como todas las actividades humanas honestas.
Pero hay dos interrogantes que no se deben ignorar. En primer lugar, ¿qué decir del trabajo, cuando es pesado, oprimente, incapaz de dar el pan y la suficiencia económica para la vida? ¿Cuando sirve para aumentar la riqueza ajena por medio del esfuerzo y de la miseria propia? ¿Cuando es el indicador de las desigualdades económicas y sociales?
Es preciso reivindicar para el trabajo las mejores condiciones;  asegurar una justicia que cambie su aspecto dolorido y humillado y le devuelva un rostro verdaderamente humano, fuerte, libre y feliz por la conquista de los bienes económicos y de los bienes de la cultura, de la legítima alegría de vivir y de la esperanza cristiana.
La otra cuestión es la relativa a la nueva forma que ha asumido el trabajo moderno, la forma industrial: la de las máquinas, la de la producción masiva, la que ha transformado nuestra sociedad, marcando la distinción y la oposición de las clases sociales.
La Iglesia admira y anima esta expresión  del trabajo moderno. Porque puede multiplicar los  bienes económicos,  de modo que todos  puedan disfrutarlos, y porque el trabajo se ha hecho  menos pesado sobre las espaldas del hombre. 
Además, porque el trabajo moderno produce nuevas relaciones sociales, una  nueva solidaridad, una nueva amistad entre quienes lo cultivan, especialmente entre los trabajadores. Y esto es un bien, si la solidaridad del amor los une y confiere a la sociedad un tejido de relaciones humanas, más compactas y más conscientes.  
Para concluir, afirmaba Pablo VI que la religión tiene una palabra sobre la fatiga y la pena del trabajo (cf. Gén. 3,19). Pero recuerda también su valor redentor (cf. Mt. 5,6). Además, nos ofrece el ejemplo de san José, maestro de obra de Cristo, de cuyas manos divinas surgió la obra de la creación y de la redención.
                                                                                       José-Román Flecha Andrés