MUCHOS AÑOS SIN MORAL
Hace pocos días una religiosa se asombraba de que yo
estuviera impartiendo un curso de Teología Moral. Y con toda espontaneidad
comentó: “Yo llevo treinta años sin oír nada de Moral”. Lamentablemente ella
estaba saliendo de viaje y no hubo tiempo para enhebrar una conversación sobre
el tema.
Pero esa afirmación no ha dejado de rondarme por la
cabeza. Seguramente aquella frase implicaba una pregunta que formuló como de
paso: “¿Ha cambiado algo la moral?” El año 1990, en el documento “La verdad os
hará libres” los obispos españoles
afirmaban que en nuestra sociedad “aumenta el desconcierto, la incertidumbre,
la indecisión, que, tarde o temprano, acabarán en un subjetivismo o en un
laxismo moral, en una moral de situación o en un rigorismo que, por encima de
todo, reclama seguridades”.
Desde entonces muchos documentos de la Iglesia han
analizado los numerosos desafíos morales de nuestra época y repensado las mismas
bases de la moral, como la libertad y la responsabilidad o el conflicto entre
la legalidad y la conciencia. Nunca como
en este tiempo se ha hablado tanto del pecado estructural, de los valores
morales y de la educación de la virtud.
En la encíclica “El esplendor de la verdad”, Juan
Pablo II reflexionaba expresamente sobre los fundamentos de la moral. Y en la
instrucción “Don de la vida”, el magisterio de la Iglesia analizaba las
cuestiones relativas a la reproducción humana asistida, así como la relación
entre las leyes y la moralidad.
Benedicto
XVI nos regaló las encíclicas “Dios es amor”, “Salvados en esperanza” y “Caridad
en la verdad” y preparó otra sobre la fe. La moral no solo miraba a los
pecados, sino que evocaba la belleza de las virtudes teologales. El papa
Francisco insiste una y otra vez sobre la necesidad de cuidar esta casa común. Y
en su exhortación “La alegría del amor” nos invita a considerar a fondo la
majestad de la conciencia individual.
Claro
que no bastan los documentos. A todos nos han preocupado las cuestiones
morales. La violencia doméstica y el abuso de los niños, la dificultad para
integrar a emigrantes y refugiados. El hambre y la sed de las personas y de los
pueblos. Las guerras y la carrera de armamentos. El terrorismo, la droga y las
numerosas adiciones actuales. El aborto y la eutanasia, la corrupción política
y los secuestros de personas. La desaparición de los niños que llegan a
nuestras costas. La descarada promoción del adulterio y del suicidio. Y el
vergonzoso deterioro de la creación.
¿Se
puede afirmar que durante treinta años no se ha oído nada de moral? ¿Hemos
sabido escuchar estos desafíos? Tal vez ocurra lo que a aquel buen hombre que
no sabía que él hablaba en prosa. Puede ser que hayamos perdido hasta la misma
concepción de lo moral y de lo ético. Dicen que los peces no saben lo que es el
agua.
José-Román
Flecha Andrés