CONSAGRADOS AL
SEÑOR
El día 2 de febrero celebramos la fiesta de La
Presentación del niño Jesús en el Templo y la Purificación de María. Como se nos
dice en el evangelio de Lucas, José y María se acercan al Templo y, de acuerdo
con la Ley de Moisés, ofrecen el Niño a Dios. No lo dejan allí, sino que al
mismo tiempo lo “rescatan” mediante la ofrenda ritual de las tórtolas.
Estos datos evangélicos han dado motivo para dedicar
este día a la vida consagrada. Claro que en un mundo como el nuestro es fácil
que muchas personas se pregunten qué quiere significar ese título.
Pues bien, recordemos que ya en el bautismo hemos sido
consagrados como miembros del Cuerpo de Cristo, sacerdote, profeta y rey. Esa
consagración nos entrega el don de la fe
y nos confía la tarea de anunciarla a todo el mundo con alegría y valentía.
Pero además, contamos en la Iglesia con hombres y
mujeres que han escuchado la llamada a vivir la consagración bautismal de un
modo más radical. Y han decidido vivir especialmente consagrados al Señor y al
servicio del Evangelio. Es esa una vocación que viene del Espíritu Santo e
incluye al menos cinco objetivos fundamentales:
• Consagrarse totalmente a Dios.
• Seguir a Jesucristo en la Iglesia.
• Adoptar los valores evangélicos de pobreza, castidad
y obediencia.
• Vivir en la caridad el servicio al Reino de Dios.
• Y anunciar con la propia vida la esperanza de la
vida eterna.
Si quedan todavía algunos cristianos que no
conocen estos modos de vida, habrá que
hacer lo posible para que se produzca este encuentro y ese conocimiento. Hay
que esforzarse en tender puentes más que en levantar muros. Ignorarse mutuamente
en nada beneficia a la Iglesia ni a la misión que ha sido confiada a los consagrados
con vistas al anuncio del Evangelio.
Así que, el acercamiento ayudará, por una parte, a todos
los bautizados al ver enriquecida su vida de fe, esperanza y caridad, al
conocer la vida consagrada y al participar en su misión de oración a Dios y
de servicio a los hijos de Dios.
Por otro lado,
las personas consagradas deberán
acercarse a todo el Pueblo de Dios. Así descubrirán los dones y carismas
que el Espíritu Santo derrama sobre los bautizados. Ellos dan testimonio en el
mundo de la vida nueva que comporta el
bautismo.
Además, la Jornada dedicada a la vida consagrada puede
ayudar a las personas consagradas a dar gracias a Dios por su vocación. Y debe alentarlas a preguntarse si viven la “alegría del Evangelio”, a la que se
refiere el papa Francisco.
Y finalmente, esta Jornada puede ayudar a todos los
cristianos a unir su oración a la oración de los consagrados y de las
consagradas. Pidamos juntos al Espíritu que la luz de la fe alumbre a todos los
que miran a la Iglesia y a sus hijos, buscando en ellos un signo de esperanza y
el compromiso del verdadero amor.
José-Román
Flecha Andrés