El tiempo de Adviento tiene el encanto de la preparación de la fiesta la Navidad, en la que celebramos el nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, Señor y Salvador nuestro.
Es
este un tiempo muy rico en significados. La Navidad es la fiesta de la vida y
de la juventud del mundo. Es la fiesta de la alegría. Según el canto de los
ángeles, es la gran invitación a dar gloria a Dios y a gozar de la paz que él
nos regala.
Uno de los signos que nos acompañan en este
camino es la corona del Adviento. Hasta hace poco tiempo no era muy conocida
entre nosotros la costumbre de preparar esta corona. Procedente de Alemania se
ha extendido por muchos países.
No
hace falta indicar que la corona del Adviento tiene forma circular como para
representar el tiempo y su recurrencia cíclica y, sobre todo, la perfección de
Dios que nos revela la fe.
Además,
la corona se recubre de un ramaje verde, que significa el triunfo de la vida
sobre la muerte y, para un creyente, la vitalidad de la esperanza cristiana,
llamada a producir frutos de vida.
Sobre
la corona se asientan cuatro velas, que representan los cuatro domingos que
configuran el tiempo litúrgico del Adviento en la liturgia romana. No tan lejos
de nosotros, la liturgia ambrosiana, de Milán, articula el Adviento en seis
domingos.
Pues
bien, tres de esas velas de la corona suelen tener el color morado, propio de las vestiduras litúrgicas de este tiempo.
Un color que representa la austeridad y la penitencia con la que nos preparamos
para la celebración festiva de la Navidad.
La
tercera vela suele tener un color rosado, que se corresponde también con las
vestiduras litúrgicas que se usan en ese domingo de alivio y de alegría. En
efecto la misa de ese domingo comienza con la antífona de entrada “Gaudete”,
que significa “alegraos”.
En
el centro de la corona, algunas personas colocan una vela más grande o bien un
cirio de color blanco, que representa a Jesucristo, cuya luz esperamos recibir.
En
cada uno de los domingos del Adviento se va encendiendo una de las velas, hasta
llegar al cirio blanco que se enciende precisamente el día de la Navidad.
El
encendido de estos cirios, tanto en el templo como en el hogar familiar, suele
hacerse en el marco de un sencillo rito que puede unir la oración, el cántico, las
peticiones y la alabanza.
Hay
comunidades y familias que gustan de dar un nombre a cada una de las velas. Con
ese nombre pretenden reflejar los dones que se espera recibir del Señor, como
la fe, la esperanza, la caridad y la paz, o bien la luz, la fraternidad, la
alegría y la justicia.
Pues
bien, que las velas de la corona del Adviento y el rito con el que las
encendemos nos ayuden a recordar las palabras de Jesús: “Yo soy la luz del
mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la
vida” (Jn 8,12).
José-Román
Flecha Andrés