“Yo mismo
en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro”. Así comienza el texto del
profeta Ezequiel que se lee en esta fiesta de Jesucristo, Rey del
Universo. Nos es bien conocida esta
imagen del buen Pastor, que el profeta atribuye al mismo Dios.
Pero hay
momentos en la vida en los que leemos estas palabras desde una nueva
experiencia. Y comprendemos que esta afirmación del Pastor no es gratuita ni
retórica. No es una poesía estéril. Esa profecía me atañe a mí personalmente.
Dios me ha estado buscando siempre, “siguiendo mi rastro” con tanta paciencia
como esperanza.
Por eso,
con el salmo responsorial puedo hoy afirmar con tanta certeza como humildad:
“El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22,1).
Pero el
Pastor no sólo nos alimenta. Da la vida por nosotros y nos da la vida
verdadera. Como escribía san Pablo, si por Adán hemos muerto todos, por Cristo
todos volveremos a la vida (1Cor 15,22).
DOS
SENTENCIAS
En
este último domingo del año litúrgico, se proclama la tercera de las parábolas
de la esperanza, que contiene el capítulo 25 del evangelio de Mateo. Jesús
compara al Hijo del hombre con un pastor que separa las ovejas de las cabras
(Mt 25,31-46).
La
escena del juicio sobre la humanidad contrapone dos sentencias definitivas que
ha de pronunciar el Señor de la historia. La primera evoca el tono amable de la
acogida: “Venid, benditos de mi Padre”. La segunda resuena con la fuerza
terrible del rechazo: “Apartaos de mi, malditos”.
Instintivamente,
todos nos colocamos en el bando de los corderos que reciben atención y
recompensa por las buenas acciones realizadas al menos alguna vez. Pero, a lo
largo de la vida, raras veces pensamos que podemos ser condenados por nuestra
indiferencia ante las necesidades de los demás.
PREGUNTA
Y RESPUESTA
El
criterio para ese discernimiento final no será lo que hemos dicho o escrito. Ese
diálogo entre los hombres y el Señor no solo orienta nuestro definitivo examen
de conciencia sino también la última de las revelaciones de su identidad.
•
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos?” A la asombrada pregunta
de los que se han entregado por los más abandonados, responde el gran
Abandonado: “Lo que hicisteis con mis hermanos, lo hicisteis conmigo”.
•
“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed… y no te asistimos?” A la
escandalizada pregunta de los que han vivido solo para sí mismos, responde el
gran Marginado: “Lo que no hicisteis con los más pequeños, tampoco lo hicisteis
conmigo”.
En
el examen final el Señor solo tendrá en cuenta nuestra actitud y nuestro
compromiso activo a favor de nuestros hermanos. Y, por cierto, al juicio no
serán convocados solo los discípulos de Jesucristo. Creyentes y no creyentes,
creyentes no practicantes y practicantes no creyentes, todos seremos examinados
de igual manera.
-
Señor Jesús, sabemos que la meditación sobre el juicio último es una de las
escuelas para aprender y vivir la esperanza.
No permitas que olvidemos la tarea sobre la cual seremos examinados. Amén.
José-Román Flecha Andrés