DOS MANDAMIENTOS
“No
oprimirás ni vejarás al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en
Egipto” (Éx 22,20). Con frecuencia los mandamientos se expresan en forma
negativa. Pero tras ella se manifiesta un valor positivo y una virtud. Este
mandamiento bíblico esconde y exige el respeto a un derecho de la persona. En
este caso el derecho a la hospitalidad.
Por
desgracia, estamos viendo que muchas veces los más opuestos al derecho de
inmigración a sus países son hijos de inmigrantes. Tratan de impedir a los
demás que alcancen el sueño que a sus padres los llevó a esperar y conseguir un
modo de sobrevivir o de mejorar su forma de vida.
El salmo
responsorial nos invita a cantar una hermosa profesión de fe: “Yo te amo,
Señor; tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador” (Sal
17,2-3). Según san Pablo, ese amor a Dios nos exige abandonar los ídolos que
nos buscamos cada día (Tes 1,9).
LA LEY
En
el evangelio que hoy se proclama los protagonistas son de nuevo los fariseos
(Mt 22,34-40). Uno de ellos se acerca a Jesús, lo reconoce como Maestro y le
dirige una pregunta muy concreta, que
era objeto de discusión entre las diversas escuelas.
•
“Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Es interesante ver que
los fariseos en varias ocasiones reconocen a Jesús como Maestro. Ya sabemos que,
según Pablo, Cristo y su mensaje solo significaban necedad para los paganos que
buscaban sabiduría (1 Cor 1,22). Seguramente, esa observación sigue siendo
válida.
•
“Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Es necesario
preguntarlo. Una larga tradición positivista nos ha hecho pensar que es la ley
pública la que crea los valores morales y las virtudes. El hebreo sabe que es
el proyecto de Dios el que nos ha indicado una ley que nos lleva a la felicidad
personal y a la armonía social.
También
hoy, entre tantas voces que proclaman nuevos valores y nuevos derechos, es
necesario preguntarse cuál es la voluntad de Dios sobre nosotros.
EL
IDEAL
El
fariseo del relato evangélico pregunta por el mandamiento principal y Jesús le
responde evocando dos mandatos que se encontraban ya en su misma tradición:
• “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Este precepto, tomado del libro del
Deuteronomio (Dt 6,5) revela nuestra sed más profunda. Dedicar el amor y la
vida a Dios responde a ese deseo que mantiene inquieto al corazón de toda
persona, como escribía san Agustín.
• “Amarás
a tu prójimo como a ti mismo”. Esa regla de oro estaba ya en el Levítico (Lv
19,18). Según santa Teresa, no cuesta tanto amar a Dios, al que no vemos, como amar
al prójimo, que nos parece incómodo y molesto, orgulloso o despreciable. Pero es una incongruencia decir que amamos a
Dios, mientras despreciamos a sus hijos.
-
Señor Jesús, también nosotros te reconocemos como nuestro Maestro. Queremos
aceptar tu enseñanza sobre el amor a Dios y el amor a nuestros hermanos. Que ni uno ni otro queden en solas palabras. Ayúdanos a vivir y testimoniar ese ideal del amor,
sobre todo en los momentos de crisis y conflictos personales y sociales. Amén.
José-Román Flecha Andrés