lunes, 30 de octubre de 2017

CADA DÍA SU AFÁN 4 de noviembre de 2017


DE VISITA AL CEMENTERIO

Durante el mes de noviembre es habitual acudir al cementerio y visitar la tumba en la que descansan nuestros seres queridos. No olvidemos que en el griego original, la palabra cementerio significa “dormitorio”. En ellos depositamos a los que se “durmieron en el Señor”.
No podemos ignorar la importancia de esa obra de misericordia que nos lleva a dar una digna sepultura al cadáver. En nuestro tiempo, el funeral supone una seria interpelación con motivo de la amplia difusión de la violencia, del terrorismo y de la eutanasia. Hablar de la muerte parece un tabú. Pero en realidad estamos viviendo en una cultura de la muerte como decía san Juan Pablo II.
Si bien se piensa, esta obra de misericordia nos lleva a redescubrir y proclamar el sentido humano y religioso del sepelio. Por él se reconoce la dignidad de la persona, en cuanto tal. Y nos lleva también a recordar su vocación a participar en la vida eterna junto a Dios. Así que enterrar a los muertos es a la vez un acto de gratitud y una profesión de fe.
Además, para los creyentes enterrar dignamente a los muertos puede y debe ser un gesto profético. Sabemos que el profeta anuncia, denuncia y renuncia. Pues bien, por medio de este gesto anunciamos el triunfo de la vida sobre la muerte. Denunciamos la manipulación de la vida y de la muerte. Y renunciamos a utilizar el lujo y el fasto de los funerales con una finalidad que en nada refleja la grandeza de la vida humana.
Por otra parte, esta obra de misericordia ha de ayudarnos a adquirir una conciencia más lúcida de la unicidad y dignidad de cada persona, con independencia de sus condiciones y atributos. Y puede impulsarnos a evitar las tentaciones de politizar la muerte y los funerales. O la tendencia habitual a convertirlos en un espectáculo más en una sociedad marcada por el signo del consumo y de la frivolidad.
Finalmente, es preciso tener en cuenta que los funerales cristianos han de ser un momento importante para dar testimonio de la fe en la resurrección y una ocasión privilegiada para anunciar, celebrar y servir el “evangelio de la vida”. Es decir, los funerales han de ser vistos y programados como un signo de la esperanza cristiana. Una esperanza que va más allá de las metas inmediatas del interés o de la apariencia. 
En esa celebración, los familiares y amigos de la persona que ha muerto tienen una ocasión única para vivir y anunciar el Evangelio.  De hecho, pueden dar testimonio de su fe en la resurrección, de su esperanza en el Señor resucitado y de su amor a la persona a la que despiden.
Por supuesto, ese testimonio no puede quedar reducido al día de los funerales. La sepultura de nuestros difuntos ha de ser un recuerdo de ese testimonio de fe. Y la visita al cementerio donde ellos reposan puede ser una ocasión para renovar el compromiso de nuestra esperanza.

                                                                                      José-Román Flecha Andrés