HABLAR DE AMOR Y HABLAR CON AMOR
Hoy muchos perciben una conjura contra la
vida, la distinción de los sexos, el valor de la generación y el respeto a los
niños y a los ancianos. Ante este panorama, la Academia Pontificia para la Vida
celebró los días 5 y 6 de octubre de este año 2017 un seminario sobre la responsabilidad
de acompañar a la vida en la era tecnológica.
Dirigiéndose a los asistentes, el papa Francisco
advertía que el poder de la biotecnología plantea en este tiempo algunos problemas
muy preocupantes. Por eso es urgente una reflexión sobre la dignidad humana.
Hoy la persona se mira en el espejo y es
incapaz de mirar a los demás y al mundo. Esta actitud repercute en todos los
afectos y vínculos de la vida. Es legítimo aspirar a la calidad de vida y contar
con medios para alcanzarla. Pero el materialismo extiende la pobreza y el
conflicto, el descarte y el abandono, el resentimiento y la desesperación.
Ahora bien, la fe cristiana nos impulsa a rechazar
la nostalgia y el lamento. El relato bíblico de la Creación nos revela el amor
de Dios que confía la creación y la historia a la alianza del hombre y de la
mujer. Una alianza sellada por el amor, que transmite la vida a través del
matrimonio y de la familia.
El hombre y la mujer no sólo están llamados
a hablarse de amor, sino a hablarse, con amor, de lo que han de hacer para que
la convivencia humana se realice a la luz del amor de Dios por cada criatura.
Contra lo que se suele pensar, la
generación de la vida humana no implica la mortificación de la mujer ni una
amenaza para el bienestar colectivo. Al contrario, la alianza generativa del
hombre y la mujer es una garantía para el humanismo de los hombres y de las
mujeres, no un obstáculo.
Con todo, la pasión por acompañar y cuidar
la vida requiere una ética de la compasión o de la ternura, para que sea posible la generación y regeneración
del ser humano en su diferencia.
Es preciso ejercitar la sensibilidad hacia las
diferentes edades de la vida, especialmente hacia los niños y los ancianos. En
su delicadeza y fragilidad están en juego partes del alma humana que piden ser
escuchadas y reconocidas, custodiadas y apreciadas, tanto por los individuos
como por la comunidad.
La fe en la misericordia de Dios, que nos
contempla y hace justicia, es una condición esencial para la verdadera
compasión entre las generaciones. Sin ella, la actual cultura secular no tendrá
posibilidad alguna de resistir a la anestesia y al envilecimiento del
humanismo.
Así pues, hay que establecer un diálogo
abierto y fecundo con los muchos interesados en la búsqueda de razones válidas
para la vida humana. El acompañamiento responsable a la vida humana, desde su
concepción y durante todo su curso hasta el fin natural, es un trabajo de
discernimiento, de inteligencia y de amor para hombres y mujeres libres y
apasionados.
José-Román Flecha Andrés