“Si tú adviertes al malvado que cambie
de conducta y no lo hace, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado la
vida” (Ez 37,9). En este oráculo que se
lee este domingo, Dios advierte al profeta de la misión que le ha sido
confiada. El que ha sido elegido como mensajero divino ha de estar siempre dispuesto
a corregir los errores humanos.
Corregir al que yerra es una de las
obras de misericordia más difíciles. Quien ha obrado mal no siempre lo
reconoce. Con mucha frecuencia piensa y afirma que está en la verdad. A la mala
acción suele acompañar la mala conciencia. Por otra parte, quien debería
corregir no siempre está limpio de culpa ni libre del temor de ser
denunciado.
A unos y a otros el salmo responsorial
nos recuerda un oráculo divino: “No endurezcáis vuestro corazón” (Sal 94). A
todos nos resultaría más fácil corregir y ser corregidos si recordáramos la
advertencia de san Pablo: “Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso
amar es cumplir la ley entera” (Rom 13,10).
CORRECCIÓN Y DIÁLOGO
El
texto evangélico que hoy se proclama (Mt 18,15-20) supone con todo realismo la
posibilidad de que se dé el pecado en la comunidad. Por eso advierte de la
necesidad de llamar la atención al hermano que ha pecado. Además establece el
orden que se ha de seguir al aplicar la corrección fraterna.
El que trata de corregir al que ha
faltado a los ideales de la comunidad no debe caer en el peligro de
desprestigiar al otro. De hecho, se le pide que comience por hablar a solas con
el hermano. Ambos habrán de ganar con la salvación del que ha caído.
No se debe olvidar la primera frase: “Si
tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos solos”. Ese es elprimer
paso. Pero ahí se indica el motivo y el tono de la corrección. El derecho y
deber de corregir corresponde al hermano por ser hermano.
En
un segundo y en un tercer paso hay que acudir a otros hermanos. Esas tres
etapas del diálogo tratan de evitar el subjetivismo o el resentimiento de quien
pretende corregir. Como se ve, la referencia a la fraternidad caracteriza a la
comunidad cristiana.
DISCERNIMIENTO Y ORACIÓN
El texto evangélico se incluye en el
llamado “discurso eclesiástico”. A la corrección fraterna, el evangelio de Mateo
añade otras dos notas importantes que caracterizan a la comunidad cristiana: el
discernimiento y la oración común.
• “Todo lo que atéis en la tierra
quedará atado en el cielo”. Lo que Jesús ha dicho ya a Simón Pedro, lo dice ahora
a toda la comunidad. Atar y desatar suponen una gran responsabilidad. Pero Dios
confía de tal manera en su Iglesia que reconoce el discernimiento que ella haga
sobre el bien y el mal.
• “Si dos de vosotros se ponen de
acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del Cielo”. Nuestros
egoísmos individuales dificultan la oración. Solo el amor puede unirnos ante
Dios. Solo la concordia entre los
hermanos garantiza el valor y la eficacia de nuestras plegarias.
-
Señor Jesús, tú te haces presente cuando nos reunimos en tu nombre. No permitas
que nos reúnan nuestros intereses ni la búsqueda del prestigio. Que todo lo
hagamos en tu nombre. Porque sólo
quienes se reúnan en tu nombre serán escuchados. Amén.
José-Román
Flecha Andrés