lunes, 10 de julio de 2017

CADA DÍA SU AFÁN 15 de julio de 2017

                                                  
ALGUNOS  DESAFÍOS DEL MUNDO ACTUAL
Con mucha frecuencia, todos nos preguntamos en qué mundo estamos viviendo. Estamos muy acostumbrados a exigir un análisis detallado de la realidad sobre la que pretendemos actuar. Pero esos análisis a veces nos quedan muy lejanos o demasiado específicos.
En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, el Papa Francisco no pretende hacer un amplio estudio sociológico sobre el panorama del mundo contemporáneo. Sin embargo, ha tratado de tender una mirada a esta realidad en la que nos encontramos y que nosotros mismos configuramos de alguna manera.
 En el capítulo segundo, titulado “En la crisis del compromiso comunitario”, nos invita a dirigir una mirada al contexto en el que nos movemos. Y, al mismo tiempo, trata de esbozar un discernimiento evangélico sobre los signos que encontramos en el ambiente.
El documento papal no quiere ser catastrofista. De hecho, observando el actual momento de la sociedad, señala algunos aspectos positivos que se pueden encontrar, por ejemplo, en los ámbitos de la salud, de la educación y de la comunicación social.
Pero también recuerda un dato especialmente dramático: “la mayoría de hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con funestas consecuencias” (EG 52).
 Entre esas consecuencias, enumera el Papa al menos seis fenómenos que todos nosotros podemos constatar en nuestra sociedad: el miedo y la desesperación, la pérdida de la alegría, el aumento de la violencia y la inequidad y el tener que vivir con poca dignidad.
Una consideración de ese panorama debería suscitar en los evangelizadores no sólo una compasión personal sino también la decisión de colaborar en lo posible con todos los agentes económicos, políticos y sociales para  promover el cambio de las estructuras injustas.
Sin duda son muchas las causas que han desencadenado esas lamentables consecuencias. Entre esas causas menciona el Papa los enormes saltos producidos por el desarrollo científico y por las innovaciones tecnológicas, con sus rápidas aplicaciones en los campos de la naturaleza ambiental y de la vida humana.
Como sabemos, la fe cristiana no pretende ni puede condenar a priori el desarrollo científico y técnico. Es evidente que las innovaciones tecnológicas pueden contribuir a humanizar las condiciones de vida de las personas y de los pueblos.
Así que, tenemos que apreciar positivamente ese desarrollo. Pero, al mismo tiempo, hemos de examinar los efectos negativos que haya producido su aplicación concreta y tratar de evitarlos en el futuro.
La Iglesia entera y cada uno de nosotros, estamos llamados a observar cuidadosamente los signos de los tiempos. Como dice el papa Francisco, “es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios” (EG 51).

                                                       José-Román Flecha Andrés