NAZARET: SUSURRO Y GRITO
Estábamos
grabando en la Tierra Santa algunos programas para la Televisión Española.
Llegamos a Nazaret que era mediodía. Los padres franciscanos pensaron que aquel
era el momento más tranquilo. Cerraron las puertas de la Basílica y nos dejaron
en su interior para que pudiéramos grabar con tranquilidad.
¡Qué
bendición encontrarse en silencio y soledad bajo aquella grandiosa cúpula en
forma de lirio invertido! Recordábamos que la peregrina Egeria llegó hasta ese
lugar desde el noroeste de Hispania, allá por el siglo IV. Visitó la gruta en la que había habitado Santa
María. Vio en ella un altar, pero no habla de una construcción.
Pues bien,
junto con el P. José Antonio Martínez Puche, tenía la inesperada fortuna de
entrar en la gruta y orar por un buen rato ante el altar que nos dice en latín:
“Aquí el Verbo de Dios se hizo carne”.
Según el
papa Pablo VI, ese es el primer desafío que nos plantea el misterio de la
Encarnación. Según él, “nosotros, los modernos, vamos perdiendo no solo la
noción del Dios vivo”, sino también la de toda trascendencia. Así que el
misterio de la Encarnación nos parece demasiado grande, es demasiado difícil y
asombroso.
Pero “en la
humilde e idílica escena de la Anunciación se hace más luminoso y salvador de
lo que fue para los hombres de las generaciones precedentes”. Y así es. En este
tiempo de turbación, pensar que Dios se ha hecho hombre “devuelve a nuestra
mente la libertad de superarse y salir de sus propios límites”.
La
Encarnación nos lleva a lamentar el abandono de tantos hombres y mujeres que
yacen, indefensos y aplastados, en las
periferias de nuestro mundo. Este misterio nos exige valorar la dignidad de la
persona humana. De toda persona humana. Nazaret es un lugar. Nazaret es un
susurro, pero es también un grito en defensa de la vida.
El mismo
Pablo VI recordaba con palabras de Newman que aquí se puede descubrir por qué
razón llamamos a María con el título de “janua coeli”, es decir, Puerta del
Cielo. Por ella el Señor pasó a esta tierra. La palabra con la que ella dio su
consentimiento hizo posible la llegada de la Palabra de Dios a nuestra tierra.
El “fiat”
que pronunció María, es decir, esa entrega que supone el “hágase en mí según tu
palabra” nos enseña a aceptar también en nuestros días la voluntad de Dios. Su
aceptación nos lleva a desear y procurar que la voluntad de Dios “se realice
aquí en la tierra, en el reino perturbado de nuestra libre voluntad”.
La fiesta
de la Anunciación del ángel a María y de la Encarnación del Verbo de Dios en
sus entrañas es el principio de una nueva alianza de paz. Nazaret es un
susurro, pero es también una plegaria, un programa, una profecía y un grito. La
promesa de un mundo que puede ser pensado y recreado según un modelo de gracia
y de justicia.
José-Román Flecha Andrés