LA VIDA Y EL CUERPO
“Cada niño, al nacer, nos trae el mensaje de
que Dios no ha perdido todavía la esperanza en los hombres”. Esta frase de Rabindranath
Tagore ha sido mil veces repetida, El nacimiento es siempre un misterio, aunque
los que repiten esa frase piensen en Dios imaginándolo de formas muy
diversas.
Todo
nacimiento nos acerca necesariamente al misterio. Todas las culturas han atribuido
el surgimiento de la vida a fuerzas superiores. Los padres que han deseado
largamente tener un hijo, seguramente conocen muy bien los datos biológicos
correspondientes. Pero su amor está por encima de esos datos.
Ante
el bebé que viene al mundo, los padres han de preguntarse qué cable invisible
los ha conectado con el misterio. El misterio de la vida. El misterio de esa
nueva vida. Y, a fin de cuentas, el Misterio insondable que da origen,
orientación y sentido a toda vida que llega a este mundo.
Pero
la pregunta no se refiere sólo a la vida, tan difícil de definir y encasillar.
Ante los ojos de los padres, de los familiares y de los amigos se mueve un
cuerpo humano que reclama atención y ternura. Un cuerpo que no puede ser
despreciado ni descartado. Un cuerpo que revela la dignidad de la persona, con
independencia de su tamaño o de sus rasgos concretos.
Nacer
es presentarse en sociedad con un cuerpo que requiere espacio para situarse y
un tiempo que, en adelante va a ser el suyo. Decimos que ha venido al mundo.
Pero ese bebé ya estaba en el mundo. Un velo tan frágil como fuerte lo apartaba
de nuestra vista, pero no le impedía percibir los sonidos de su familia.
El
recién nacido no se ha hecho a sí mismo. Ese cuerpo es el último resultado de
fuerzas y afectos que vienen de muy lejos. Es heredero de una larga cadena de
testigos de la vida. Parece que llega mendigando alimento y limpieza, caricias
y días y noches de desvelo. Pero llega exigiendo con todo derecho una herencia
que viene de generación y generación.
Su
cuerpo es dádiva y exigencia. Es oferta y demanda. Es recordatorio de nuestros
deberes y de nuestra responsabilidad. Ese cuerpo es una ventana minúscula al
Misterio mayúsculo que nos gesta, nos acompaña y un día nos examinará sobre el
amor.
Cada
niño que viene al mundo nos dice que Dios espera algo incluso de todos aquellos
que han decidido no esperar nada de él. El cuerpo del niño es un sacramento de
fe, de esperanza y de amor.
La
fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo nos recuerda que en cada
nacimiento renace la esperanza de la salvación. Esa salvación definitiva que no
depende de honores humanos ni de
cachivaches técnicos.
La
fiesta de Las Candelas, que celebramos el día 2 de febrero, ilumina la realidad
de nuestro cuerpo. Por débil que parezca, el cuerpo es una revelacion del
Misterio de Dios y del milagro de la vida. Nuestra esperanza tiene mucho de lo
humano y tiene todo de lo divino.
José-Román Flecha Andrés