LOS NIÑOS EMIGRANTES
El día 15 de enero de 2017 se
celebra la Jornada Mundial del migrante y del refugiado. Algunos de los que
abandonan su tierra lo han hecho buscando un trabajo más digno. Y otros han
tenido que salir de su casa y de su entorno para salvar su vida de las amenazas
que les apuntaban como dardos envenenados.
En el mensaje del papa
Francisco para la jornada de este año se fija en los «emigrantes menores de
edad, vulnerables y sin voz». Y señala que “son principalmente los niños
quienes más sufren las graves consecuencias de la emigración, casi siempre
causada por la violencia, la miseria y las condiciones ambientales”.
Ante nosotros pasan “tantos
niños y niñas, que son iniciados en la prostitución o atrapados en la red de la
pornografía, esclavizados por el trabajo de menores o reclutados como soldados,
involucrados en el tráfico de drogas y en otras formas de delincuencia, obligados
a huir de conflictos y persecuciones, con el riesgo de acabar solos y
abandonados”. ¿Qué se puede hacer ante este dramático panorama”.
En primer lugar, hemos de ser
conscientes de que el fenómeno de la emigración no está separado de la historia
de la salvación, es más. Está conectado a un mandamiento de Dios: «No oprimirás
ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto» (Ex
22,20); «Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto» (Dt
10,19).
Hay que centrarse en la
protección, la integración y en soluciones estables. “Se trata de adoptar todas
las medidas necesarias para que se asegure a los niños emigrantes protección y
defensa, ya que «estos chicos y chicas terminan con frecuencia en la calle,
abandonados a sí mismos y víctimas de explotadores sin escrúpulos que, más de
una vez, los transforman en objeto de violencia física, moral y sexual».
Además, es necesaria “una
cooperación cada vez más eficaz y eficiente, basada no sólo en el intercambio
de información, sino también en la intensificación de unas redes capaces que
puedan asegurar intervenciones tempestivas y capilares”.
Hay que “trabajar por la
integración de los niños y los jóvenes emigrantes. Ellos dependen totalmente de
la comunidad de adultos y, muy a menudo, la falta de recursos económicos es un
obstáculo para la adopción de políticas adecuadas de acogida, asistencia e
inclusión”.
Finalmente, por ser este un fenómeno complejo,
“la cuestión de los emigrantes menores de edad se debe afrontar desde la raíz…
Por tanto, es absolutamente necesario que se afronten en los países de origen
las causas que provocan la emigración”.
El Papa pide a todos los que
caminan al lado de los niños y jóvenes por los caminos de la emigración que no
se cansen de “dar con audacia un buen testimonio del Evangelio, que los llama a
reconocer y a acoger al Señor Jesús, presente en los más pequeños y vulnerables”.
José-Román Flecha Andrés