LA SONRISA Y EL NIÑO
Seguramente muchos de nosotros recordamos
aquella famosa égloga IV del poeta latino Virgilio: “Comienza, pequeño niño a
reconocer a tu madre por la risa”. Algunos preferían traducir de otra manera
aquel verso: “Comienza, pequeño niño a demostrarle con tu sonrisa que conoces a tu madre”. Las dos opciones son
hermosas.
En una de sus recientes catequesis, el papa Francisco
ha apelado a esta imagen tan sugerente como inquietante: la de la sonrisa. ¿Es
que no sabemos sonreír? Tal vez nos falten razones y ocasiones para que brote
esa sonrisa que nos desarma ante los demás. ¿Es que ese signo de nuestra más
serena alegría se nos ha convertido en una mueca?
El
Papa se ha fijado en esta sequedad de nuestros encuentros. Y nos ha recordado
la íntima relación que vincula la sonrisa al talante y a la virtud de la
esperanza: “Cuando estamos en la oscuridad y en las dificultades, no nos sale
la sonrisa. Es precisamente la esperanza la que nos enseña a sonreír para
encontrar el camino que conduce a Dios”.
No es casual esa referencia a Dios, que ha de
ser la fuente de nuestra alegría. Por
eso el Papa nos invita a reflexionar sobre nuestra relación personal con Dios:
“Una de las primeras cosas que suceden a quienes se apartan de Dios es que son
personas sin sonrisa”. Cuando falta la fe, no bastan las bromas ni las
carcajadas. Falta también la sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios.
Pero en su discurso el papa Francisco ha
evocado también otra imagen que nunca puede quedar en el olvido: la del niño
pequeño, que siempre suscita nuestra sonrisa y que lentamente aprende él
también a sonreír. ¡Quién sabe si nuestra dificultad para sonreír no tiene su
causa en esa resistencia de nuestra sociedad a aceptar el don de los hijos!
Según el papa Francisco, “cuando nos
encontramos ante un niño, aun cuando tengamos problemas y dificultades, nos
viene de dentro la sonrisa, porque nos encontramos ante la esperanza. ¡Un niño
es siempre una esperanza! Pues bien, Dios se ha hecho niño por nosotros. Y nos
hará sonreír. ¡Nos lo dará todo!”
Durante los días en que nos acercamos a la
Navidad, las ciudades de medio mundo se adornan e iluminan como nunca. El
espectáculo resulta seductor, aunque en algunas partes se eviten las
referencias a la fe cristiana. De todas formas, las gentes de muchos
lugares parecen disponerse a una gran
celebración. Todo parece extraordinario.
Pues bien, la celebración de la Navidad nos
invita a buscar un momento de silencio para preguntarnos cómo andamos en estas
experiencias fundamentales. Y, sobre todo, nos invita a acercarnos al Niño Dios
que nace por nosotros y para nuestra salvación.
José-Román Flecha Andrés