ANTE LA SEPULTURA
1. Durante la primera semana de noviembre
es habitual visitar la sepultura de nuestros seres queridos. Esa visita nos
lleva a recordar la última de las obras de misericordia corporales: “Enterrar a
los muertos”.
Este acto tan importante ha definido siempre la cultura de un pueblo. De
una forma o de otra, el respeto a los difuntos denota el respeto que en ella se
concede a la persona. Por eso, es tan mal vista la frivolidad y la rutina con
que, en algunos casos, se lleva a cabo este acto.
La
frivolidad que se manifiesta ante las tumbas ya perturbaba a Hamlet. El poeta
León Felipe dejó reflejada en sus versos la incomodidad que nos produce la
rutina cuando se apodera de los ritos del enterramiento: “Para enterrar a los
muertos como debemos, cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero”.
2.
En muchas ocasiones, los ritos que rodean el sepelio han servido para marcar
profundas diferencias entre las clases sociales. Las distinciones entre los
pobres y los ricos se manifiestan con frecuencia en el momento de los funerales
y en el ornato de las sepulturas.
En algunas ocasiones, los pobres eran
sepultados casi en soledad. De ahí que muchas hermandades tuvieran como
objetivo acompañar a los moribundos y
organizar las honras fúnebres. Este último servicio era entendido como
una obra de misericordia.
En nuestro tiempo, los funerales son
utilizados para hacer propaganda de las ideas y proyectos de un partido. En un
mundo marcado por el consumo, se convierten además en una ocasión para hacer
negocios. Los familiares del difunto, a causa del estado psíquico en el que se
encuentran, no escatiman los gastos y los costes.
Por otra parte, cuando pueden suscitar un
cierto morbo colectivo, los funerales atraen
el despliegue de los medios de comunicación.
3. Sin embargo, esta obra de misericordia
nos lleva a redescubrir el sentido humano y religioso del sepelio. Por él se
reconoce la dignidad de la persona y su vocación a participar en la vida eterna junto a Dios.
Enterrar a los muertos puede y debe ser
un gesto profético. Por él anunciamos el triunfo de la vida sobre la muerte.
Por él denunciamos la manipulación de la vida y de la muerte. Por él
renunciamos a utilizar el lujo y el fasto de los funerales con una finalidad
que en nada refleja la grandeza de la vida humana.
Esta obra de misericordia puede ayudarnos
a adquirir conciencia de la unicidad y dignidad de cada persona y a evitar las
tentaciones de politizar la muerte y los funerales o convertirlos en un
espectáculo de consumo.
Finalmente, los funerales cristianos han
de ser un momento para dar testimonio de la fe en la resurrección y para
anunciar, celebrar y servir el “evangelio de la vida”. Han de ser un signo de
la esperanza y un nuevo testimonio de ese amor que es más fuerte que la
muerte.
José-Román Flecha Andrés