lunes, 7 de noviembre de 2016

CADA DIA SU AFÁN 12 de noviembre de 2016

                                                               

SOBRE EL AMOR Y LA MUERTE

En este mes de noviembre, que comienza con la evocación de nuestros difuntos, tenemos muy  presente el hueco que dejan en la familia al partir de este mundo.  
Pues bien, el Papa Francisco menciona esta experiencia del amor tocado por la muerte en la exhortación Amoris laetitia, publicada el día 19 de marzo de este año 2016: “A veces la vida familiar se ve desafiada por la muerte de un ser querido. No podemos dejar de ofrecer la luz de la fe para acompañar a las familias que sufren en esos momentos” (AL 253).
El Papa dice comprender la angustia de quien ha perdido una persona muy amada, como un cónyuge o un hijo.  “Es como si se detuviese el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro [...] Y a veces se llega incluso a culpar a Dios. Cuánta gente —los comprendo— se enfada con Dios” (AL 254). 
              Pero no basta la comprensión personal para superar el período del duelo. El amor lucha con dolor contra el dolor. Según el Papa, “en algún momento del duelo hay que ayudar a descubrir que quienes hemos perdido un ser querido todavía tenemos una misión que cumplir, y que no nos hace bien querer prolongar el sufrimiento, como si eso fuera un homenaje”.
Es evidente que “la persona amada no necesita nuestro sufrimiento ni le resulta halagador que arruinemos nuestras vidas. Tampoco es la mejor expresión de amor recordarla y nombrarla a cada rato, porque es estar pendientes de un pasado que ya no existe, en lugar de amar a ese ser real que ahora está en el más allá” (AL 255).
Tras la muerte de la persona amada, solemos repensar lo que hicimos o no hicimos con ella y por ella. Pero no ayuda mucho volver al pasado con nostalgia o con sentido de culpa. “El amor tiene una intuición que le permite escuchar sin sonidos y ver en lo invisible. Eso no es imaginar al ser querido tal como era, sino poder aceptarlo transformado, como es ahora” (AL 255).
Es más, según el Papa, “nos consuela saber que no existe la destrucción completa de los que mueren, y la fe nos asegura que el Resucitado nunca nos abandonará. Así podemos impedir que la muerte envenene nuestra vida, que haga vanos nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro” (AL 256). 
  El amor nos ayudará a vivir la experiencia del morir y la perspectiva de la muerte nos llevará a vivir en el amor.  Podemos prepararnos para reencontrar a los seres queridos que murieron. Jesús entregó el hijo que había muerto a su madre, y lo mismo hará con nosotros.
El Papa concluye con un tono muy porteño: “No desgastemos energías quedándonos años y años en el pasado. Mientras mejor vivamos en esta tierra, más felicidad podremos compartir con los seres queridos en el cielo. Mientras más logremos madurar y crecer, más cosas lindas podremos llevarles para el banquete celestial” (AL 258).
                                                          José-Román Flecha Andrés