domingo, 23 de octubre de 2016

CADA DÍA SU AFÁN 29 de octubre de 2016

                                                      

UNA PROMESA QUE NO DEFRAUDA

El día primero de noviembre celebramos la solemnidad de Todos los Santos. Según el Papa Francisco, esta fiesta “nos recuerda que la meta de nuestra existencia no es la muerte, ¡es el Paraíso! Los santos, los amigos de Dios nos aseguran que esta promesa no defrauda”.
Junto a los santos canonizados están aquellos cuya fama no ha trascendido más allá de su ambiente familiar o laboral. Los desconocidos por los medios de comunicación. Son hombres y mujeres que han seguido con sencillez y fidelidad su vocación y han manifestado la alegría de la gracia. Han vivido la fe, han contagiado la esperanza y han hecho del amor la norma de su vida. Y ello, no para ser simpáticos ni eficaces, sino porque así era Jesucristo.
Los santos son hombres y mujeres que han aceptado los valores del evangelio. Son los seguidores del Señor. Ellos nos demuestran la posibilidad de imitar el estilo de Jesús. Los santos y santas de Dios son los mejores hijos de la Iglesia. La prueba de que es posible vivir el proyecto de Dios. El icono más bello de la dignidad humana. Las arras  de la esperanza. El anticipo de la gloria que nos ha sido prometida.
En esta solemnidad de Todos los Santos se proclama una vez más el mensaje de las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús. Esas palabras nos revelan el rostro de Dios y el espíritu que animaba a Jesús. Expresan las notas que caracterizan a los que forman parte de su Iglesia. Recogen las mejores aspiraciones y esperanzas del corazón humano y nos orientan hacia la patria celestial.
Las bienaventuranzas no desprecian la tierra en la que viven, trabajan y sufren los hijos e hijas de Dios. Pero nos invitan a no parcelar el corazón humano. A ver nuestra vocación en su integridad. A recordar que nuestra verdadera dignidad trasciende los logros de nuestras manos y supera el malogro que nos aflige.
Según san Pedro Poveda, “las bienaventuranzas son el mejor resumen del Evangelio, el más firme sostén de nuestra fortaleza en la lucha por el cielo y la más perfecta regla de vida. Son el alma de la fe, de la esperanza y de la caridad”.
San Agustín reduce las bienaventuranzas  a siete. La primera y la última ofrecen la misma recompensa a dos actitudes que parecen diversas. Los pobres en el espíritu han abrazado la libertad, que capacita para vivir como hijos de Dios. Y los perseguidos por su fidelidad  no se dejan seducir por el tener, el poder o el placer. También ellos han optado por la libertad.  A fin de cuentas, esa fue la suerte que le tocó a Jesús.
Pobres por amar la única riqueza. Perseguidos por amar la única verdad. A ellos se les ofrece la plenitud del Reino de Dios. Ellos son ya el icono que hace visible la grandeza de ese Reino.
                                        José-Román Flecha Andrés