ORAR POR LOS VIVOS Y LOS MUERTOS
Sin la gracia de Dios no podemos
conseguir los ideales de una vida virtuosa. La oración nos lleva a confiar en
la misericordia divina, que viene en ayuda de nuestra fragilidad humana.
Esta obra de misericordia contempla el
deber moral de orar tanto por los vivos como por los difuntos. Muchas personas
vivas agradecerán que las recordemos en nuestra oración. Nuestros antepasados pedían para sus familiares difuntos la paz eterna, la superación de las penas del
purgatorio o el acceso a la gloria eterna.
Nuestra fe nos dice que nuestra oración
por los que han muerto no es un mero signo de cortesía o de gratitud. Con nuestra
oración afirmamos que nuestro amor puede y debe ser más fuerte que la muerte.
Creemos y confesamos que nuestro amor nace del Dios amor que a todos nos
hermana, a todos espera y a todos acoge.
Durante la batalla de los hebreos contra
los amalecitas, Moisés intercede por
Josué y por sus tropas (Ex 17, 11-12). Y
Salomón “ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por las generaciones
futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades diarias” (1 Re 8,
10-61).
Judas Macabeo encarga sacrificios por los
muertos en la batalla. El texto añade que “santo y saludable es el pensamiento
de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados” (2 Mac 12,46).
Jesús escucha la oración de intercesión que le dirige Pedro por su
suegra y la súplica del centurión a favor de un criado suyo. Escucha la súplica
de Jairo y la de una mujer cananea por
sus respectivas hijas. Presta atención a las gentes que interceden por un
sordomudo y a un padre angustiado que le presenta a su hijo epiléptico.
Jesús escucha la oración de los demás y
exhorta a sus discípulos a rogar aun por aquellos que les hayan hecho mal:
“Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os
maldigan, rogad por los que os maltraten” (Lc 6, 27-28). No es un signo de
masoquismo. Es la única forma de parecerse a Dios, que se compadece de buenos y
malos.
En su exhortación “La alegría del
Evangelio” el Papa Francisco ha recomendado la oración de intercesión. Por
ella pedimos a Dios gracias para
nuestros hermanos al tiempo que le damos
gracias.
Nuestra oración puede manifestar nuestra
profunda gratitud por lo que ellos son y han sido para nosotros, por los dones
que han recibido, por la fidelidad con la que han servido a Dios y a los
demás, por el testimonio de su vida y
por el ejemplo que de ellos hemos recibido.
Por tanto, orar por los vivos y los
difuntos no es un gesto ocioso. Es el signo de la comunión de los santos, en la
que decimos creer cuando recitamos el Credo.
Orar por los demás equivale a expresar con un signo personal nuestra fe en el
amor de Dios a todos sus hijos. Interceder por los demás es un gesto que revela
nuestra cercanía a la familia humana.
José-Román
Flecha Andrés