Esta obra de misericordia nos exhorta no tanto a comunicar
ideas o datos como a facilitar orientaciones a los que parecen andar
desorientados por la vida. Nunca ha sido fácil dar y recibir buenos
consejos. En esta época el consejo de los mayores nos parece menos
necesario que en otros tiempos. Con todo, también hoy es necesario el
consejo, sobre los valores éticos que se han de observar.
En las páginas bíblicas, el consejo
es en primer lugar un don de Dios y, después, una responsabilidad humana.
Se dice que Dios ofrece consejos a Moisés (Ex 18,19). Sus
consejos equivalen a sus mandamientos, como se insinúa en los salmos:
“Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente;
tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré” (Sal 16,7-8).
En el plano humano, el consejo se entiende
como sinónimo del razonamiento. En el libro de los Proverbios no sólo se
invita a los jóvenes a escuchar la instrucción del padre (Prov 4, 1-27) y se
recomienda esta actitud tan cercana a la sabiduría: “Escucha el consejo, acoge
la corrección, para llegar, por fin, a ser sabio” (Prov 19,20).
Más que imponer unos mandatos a sus
seguidores, Jesús prefiere ofrecerles consejos, como se ve en el diálogo con el
joven rico, al que Jesús propone el ideal del seguimiento (Mt
19,19-22).
En el marco de la última cena, Jesús
promete a sus discípulos el envío del Paráclito. El Espíritu Santo será
el verdadero consejero para los discípulos del Maestro (cf. Jn 14,26).
Podemos recordar los consejos que Pablo da
tanto a su querido Timoteo (1 Tim 3, 22-23; 4, 11-16; 2 Tim 4,15) como
también a Tito (Tit 3, 9-11) y a Filemón (Flm 17).
Hoy sabemos que nadie se hace a sí mismo.
Todos necesitamos la ayuda y los consejos de los demás. Y, al mismo tiempo,
todos podemos contribuir con nuestras sugerencias a la formación de los demás.
La verdad es sinfónica y es interpretada por muchos instrumentos.
Para ofrecer un consejo a quien nos
manifiesta sus dudas, hemos de ponernos en su lugar. No podemos
presentarnos como superiores o como maestros infalibles. Todos vamos haciendo camino.
Nuestra oración y nuestra cercanía no siempre le ofrecerán una certeza. Pero
podrán ayudarle a seguir la luz de la esperanza.
Esta obra de misericordia no sólo nos
invita a dar buen consejo a los que dudan. Nos recuerda que todos necesitamos
ser aconsejados. Nuestra libertad no genera el bien ni la verdad. Todos
necesitamos luz para descubrir la voluntad de Dios.
Los buenos consejos no son los que más
halagan a las personas, sino los que las orientan en el camino que lleva a la
verdadera felicidad. La fe nos dice que los consejos que nos ayudan a
percibir y realizar los ideales de la verdad, la bondad y la belleza están
necesariamente marcados por el signo de la cruz.
José-Román Flecha Andrés