ENSEÑAR AL QUE
NO SABE
El listado de las obras de misericordia
espirituales se inicia tradicionalmente por la enseñanza. Seguramente esta
prioridad recuerda los tiempos en los que muchas personas no podían tener
acceso a la escuela y mucho menos a una educación superior.
Enseñar no es sólo transmitir
conocimientos sino, sobre todo, ayudar a descubrir un sentido para la vida. El
objeto de la enseñanza no es sólo la erudición, sino la formación de la
persona. Enseñar no es sólo compartir conocimientos técnicos, sino sobre todo
transmitir valores éticos.
No se trata tanto de conocer más cuanto de
conocerse más y mejor. De ahí que la enseñanza haya de ser integral,
personalizada, respetuosa y libre. “Enseñar al que no sabe” significa hoy
ofrecer una orientación moral con la palabra y los escritos, con los
espectáculos y con las nuevas tecnologías y sobre todo, con el ejemplo y el
testimonio.
En
el mundo bíblico esta tarea de enseñar al ser humano compete, en primer lugar
al mismo Dios. El piadoso israelita ruega al Señor que le revele su voluntad:
“Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con
lealtad” (Sal 25,4). Es Dios quien ha de enseñarle a cumplir fielmente su
voluntad (Sal 143,10).
Pero si Dios es el Maestro de
Israel, también el creyente ha de cumplir su misión de enseñar a los
demás a conocer y venerar a Dios y a comportarse adecuadamente en la vida.
Según el libro de los Proverbios, la educación es una tarea de la familia:
“Atiende, hijo, la instrucción de tu padre; no rechaces la enseñanza de tu
madre” (Prov 6,20).
En los evangelios se concede una
gran importancia a la doctrina que Jesús transmite en las
sinagogas, en las plazas y en el templo de Jerusalén. Todos advierten que
enseña con autoridad (Mt 7,29).
El camino que recorre Jesús junto a los
discípulos que salen de Jerusalén y se dirigen hacia Emaús es un buen ejemplo
de esta obra de misericordia. Asistidos por la fuerza del Espíritu de
Dios, estos discípulos podrán enseñar un día a la multitud de sus oyentes en el
nombre de Jesús.
Por su parte, san Pablo trata de enseñar
lo que ha recibido del Señor a través de la tradición. En las comunidades
cristianas primitivas se sabe que los hermanos han de tratar de enseñarse unos
a otros (Col 3,16).
Enseñar al que no sabe es una misión
sagrada.Nadie ha sido llamado a imponer sus opiniones a los demás. Nadie es
dueño de la verdad. En toda persona duermen las semillas del bien. Al tratar de
enseñar a los demás descubrimos con gratitud que nosotros recibimos de ellos
las mejores enseñanzas de nuestra vida.
Esta obra de misericordia nos
recuerda a los cristianos nuestra propia vocación. Todos los
creyentes en Jesucristo hemos sido enviados para enseñar el camino de Dios,
para ayudar a las gentes a descubrir a Jesucristo, para dejarse guiar por el
Espíritu que da la vida.
José-Román
Flecha Andrés